MEZQUITAS Esperando a los bárbaros

Elegancia de la mujer árabe

¿Qué va a suceder cuando el islam llegue adonde no lo dejaron en la Edad Media, si ahora ve que lo reciben con los brazos abiertos?

Quizás estén llegando tiempos de oscuridad, de cerrazón, del brutal pensamiento que exige una elección urgente, ¡ya mismo!, sin perder el tiempo: “¿Qué elige usted?, ¿blanco o negro?”. No, no hay una opción gris, tampoco amarillo, verde, con forma de nube pasajera o perfume de diamelas. Blanco o negro y diga lo correcto o le cortamos la cabeza, lo ametrallamos, lo sepultamos vivo bajo una montaña de piedras. Y no, no le vamos a dar la opción de elegir. Apúrese y decida si elige blanco o negro antes de que llegue el maghrib, la oración musulmana, la que rezamos justo después de que se pone el sol.

Recuerde cómo comienza el poema “Esperando a los bárbaros”, de Constantino Cavafis: “─¿Qué esperamos congregados en el foro? // Es a los bárbaros que hoy llegan. // ─¿Por qué esta inacción en el Senado? // ¿Por qué están ahí sentados sin legislar los Senadores? // Porque hoy llegarán los bárbaros. // ¿Qué leyes van a hacer los senadores? // Ya legislarán los bárbaros, cuando lleguen...”.

Ya sé, no diga nada, los árabes convirtieron a España, durante las oscuras horas de la Edad Media, en una nación brillante, con sabios cuyas enseñanzas en matemáticas, lógica, química, física, ingeniería, filosofía, siguen siendo pilares de la civilización mundial. Pero, oiga, convivían con los cristianos, los arabizaban o se cristianaban ellos mismos. Pelearon durante varios siglos hasta que Isabel y Fernando, de feliz memoria, los corrieron. Justo un tiempito antes de que España descubriera la América y la hiciera suya y católica. Y obligara a los indios a no comerse entre ellos, porque todo hay que decirlo.
Era otra gente, luchaba con otros ideales. Para la mayor parte de los pueblos cristianos, para todos se podría decir también, la religión ocupaba un lugar central en sus vidas. Hubo cómo y con qué resistirlos. Y en Lepanto y gracias a la intercesión del Rosario de la Virgen María, se frenaron en seco.
Ahora vienen otra vez. Usan una técnica mucho más sutil. Aprovechan que estas sociedades forman su familia adoptando perros, los gatos y los canarios, para llenar los pueblos y ciudades de Europa con sus hijos. Los que llegan no son los inmigrantes típicos, ansiosos por asimilarse a su nueva realidad, por conocer sus usos y tradiciones. Llegan con la soberbia del ignorante a imponer la idea propia. Apenas se bajan de las pateras, se sienten superiores. Al principio, cuando decían eso, los europeos los miraban diciendo: “Pobrecitos, qué van a ser mejores, no saben de lo que hablan”.
Ahora saben que los recién llegados, si no son superiores, al menos son más. Y tienen que transar con ellos. Entregarles sus convicciones más acendradas, las más genuinas, las que fueron parte de su corazón, a cambio de un voto. Hoy desde los Parlamentos de media Europa, los musulmanes luchan por tirar abajo, entre otras cosas, el régimen israelí que, si hay que decir la verdad, es el único que les hace frente desde el corazón del Cercano Oriente.

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Ya no luchan contra la Iglesia Católica, pues el Papa y la mayoría de los cardenales, los obispos, los curas y la mayoría de los fieles, salvo una ínfima minoría que resiste, están a favor de la masiva inmigración musulmana, que no quiere adoptar la civilización occidental sino imponer la suya, a como dé lugar.
El mundo, mientras tanto, mira para otro lado, pero no son solamente los regímenes de los países más ricos los que adoptan como suya la moral “woke”, de la Agenda 2030, el aborto masivo, gratuito y universal, la ideología que impone decirle “él” a ellas y “ella” a él, sumado a la protección de los perritos desde el vientre de la madre. Mientras tanto, la Santa Madre Iglesia Católica Apostólica Romana coquetea con esas ideas de manera desvergonzada y pavorosa. A la vista del mundo entero.
Ayer fue Irán, después Afganistán, Pakistán no va muy atrás y ahora Siria, entre docena y media de naciones árabes, van camino a un régimen en que rige la “sharía”, la ley islámica que convierte a las mujeres en algo menos que cosas, apéndices de los hombres, sin derecho a salir a la calle si no van en compañía del marido, el hermano, el hijo, sin escuela, sin instrucción, sin miramientos por su condición de ser humano, aunque sea. Esto se da con el caluroso aplauso de —oiga bien —estudiantes universitarios y profesores de las mejores y más altas casas de estudios superiores de Estados Unidos, Europa y toda América. ¡Y mujeres! Que también chillan: “El que no salta es un judío”.
Mientras los musulmanes, se dedican al divertidísimo arte de crecer y multiplicarse, a pocas calles, los artífices de los derechos humanos pontifican que no se debe acabar con las costumbres, el idioma o la religión que traen de sus países de origen, muestran como pecado de lesa anti cultura, intentar siquiera una asimilación a su nueva patria, enseñarles las leyes, ¿para qué, si dentro de poco va a regir la de ellos nomás? Los derechohumanistas de siempre, creen que hacerlos parte de sus países de llegada es violar el derecho a su propia y sacrosanta identidad.
Da miedo solamente pensar en la oscuridad en que podrían sumir a las siguientes generaciones de estos pagos, cuando dejen de ser la minoría más numerosa y pasen a ser una mayoría calificada, que imponga sus rezos, sus mezquitas, sus velos, sus prohibiciones estúpidas contra las mujeres, sus vetos totales a otras creencias, como que, en muchos países árabes está penado llevar crucifijos por las calles, su cerrazón mental para aceptar los adelantos de la ciencia, y la “conciencia social” que les indica que deben ser mantenidos por otros.
Estos nuevos inmigrantes están lejísimos de los italianos, españoles, franceses, ingleses, sirios, libaneses que llegaron a la Argentina con lo puesto. A los pocos años sus hijos eran argentinos por derecho propio, habían olvidado el idioma de los padres, hacían el servicio militar, habían perdido la dureza al hablar, estudiaban, se recibían de ingenieros, médicos o contadores, como cualquier hijo de vecino, tomaban mate, cantaban zambas y chacareras mejor que Jorge Cafrune. Y éramos nosotros mismos en el pellejo de nuestros abuelos, carajo.
Abajo, por favor, desmienta este escrito, diga que no es verdad, que es falso lo que dice, que está equivocado, que es una tontería, que es un tema que no vale la pena.
Involúcrese.
Juan Manuel Aragón
A 13 de diciembre del 2024, en Safari. En un cumpleaños de 15.
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