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Mostrando las entradas etiquetadas como Aventura

LIBRO Guía de la perdición

Diógenes y el linyera Un texto inédito circula en ambientes intelectuales de Santiago en fotocopias de fotocopias de fotocopias: vale la pena conseguirlo Adalberto Rodríguez escribió un precioso libro que tituló: “Guía para perderse en una ciudad extraña” que, si se llegara a publicar sería un completo éxito personal, a la vez que fracaso editorial, como la mayor parte de las obras maestras de la Argentina de estos tiempos. Ahí confiesa no ser un viajero frecuente o consuetudinario sino solamente alguien que alguna vez anduvo por algunos lugares que no son Santiago del Estero. Cuenta que de joven se perdió caminando por Asunción, alguien le dijo que era una ciudad grosera con quienes no hablaban el guaraní y por eso no averiguó cómo volver. Fijó el lugar en que se había perdido como referencia geográfica, y empezó a contar las cuadras, tantas a la derecha, tantas a la izquierda. Cuando estaba volviendo, por ahí se confundió en una o en dos y estuvo de regreso —mágicamente, según recuer

OBITUARIO El revés de las aspas

José María Cantos José María Cantos instauró en Santiago, al menos durante un tiempo, una manera de leer que fue peligrosamente maravillosa En sus comienzos al menos, el Nuevo Diario fue una lectura peligrosamente maravillosa. Se trataba de instalar un periódico, en una provincia que se había acostumbrado a una manera de observar la realidad que siempre estaba de acuerdo con la mirada del poder. José María Cantos, muerto durante el tránsito del sábado 13 al domingo 14 de mayo, convocaba a la aventura de especular sobre Santiago del Estero desde un punto de vista más cercano al pensamiento del hombre común y corriente, usted, su vecino, el señor de la otra cuadra. Hasta mal escritito estaba, repleto de horrores de ortografía, mal diseñado, peor diagramado, se le veían las costuras por todos lados y al lado de notas de las mejores plumas de Santiago, Alberto Tasso y Carlos Zurita, por dar solo dos casos, por ahí no desentonaba el informe de un corresponsal de tierra adentro, redactando c

LUJURIA Una mujer de sueño

Recuerdos juveniles La conocí grande cuando andaba cerca de sus cuarenta, tal vez un poco menos. Yo tendría catorce, quince años a lo sumo. Apreciaba la hermosura que seguramente habría tenido en su juventud, sin darme cuenta o quizás sabiendo de alguna oscura manera, que esos tiempos seguían siendo suyos, y esplendorosos, además. En ese entonces una mujer grande se vestía, se peinaba, caminaba y actuaba como una mujer grande, no como ahora que las madres se visten con más transparencias y escotes que las hijas. Y se ríen con la panza: “Cosa de putas”, habría dicho mi abuela quizás con algo de razón. Ella no era así. Una sola ocasión mi madre la nombró, para decir que era una “mujer digna”, refutando a alguien que le contaba no sé qué chisme sobre ella. Me quedaron grabadas aquellas dos palabras, como un requiebro entre mi imaginación y la realidad. Pero, ya se sabe, los varones vivimos los sueños si la vida no nos alcanza. Tenía rodete, una antigüedad ya por entonces. Las mujeres de s