Imagen de ilustración Acerca de los días de un linyera, la curiosa manera de decidir su destino y otros detalles que el lector hallará por sí solo Salí tempranito para no perder ni una gota de luz, quería que obscureciera lejos. Llegué a las vías, tiré una piedrita, si caía para allá me iba al norte, si caía para aquí, al sur. Cayó para aquí. Terminado ese primer día andaba cerca de Fernández, demoré porque me detuve en una casa a pedir alguito que comer. Me dieron frutas y un pedazo de asado frío que les había sobrado. Calculé que comería la carne a la noche y me mandé las manzanas. Después anduve más despacio. Recordé que el rumbo era no tener dirección ni fechas ni plazos ni cuentas ni amigos. Lo único mío era el ancho mundo de día y si podía, algo de estrellas durante la noche. Lo demás me importaba un cuerno. Le cuento, esa primera noche no dormí. Estaba acostado cerca de un árbol con mi monito por almohada, entre manotazos, tratando de matar uno por uno al millón de mosquitos que
Cuaderno de notas de Santiago del Estero