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Mostrando las entradas etiquetadas como Cuento

CUENTO La Mercedes

La alojera, óleo de Absalón Argañarás Este relato fue escrito hace más de 20 años, desde hace varios días lo vengo corrigiendo y acortando, ahí va (si lo leyó antes, es el mismo, pero es otro) No vaya a creer que es la ginebra la que me hace hablar. Hay momentos en la vida en que uno necesita contarle a alguien lo que le pasa. Que el primer amor es el que no se olvida nunca. Esa mujer es la única que merece que uno la recuerde, las demás son todas iguales. Aunque usted sea un desconocido, alguien que no ha conocido Algarrobal del Norte, le voy a contar lo que es el amor, o lo que ha sido para mí. Algarrobal del Norte, ¿conoce? Pago donde nací, es la mejor querencia. Contando con la nuestra eran cinco casas. Linda vida. Sirva otro poquito, hombre. Ginebra sin hielo, porque el hielo le cambia un poco el gusto, ¿no? Cuando nos hicimos grandecitos mi tata decidió que el Manuel lo ayudaría en el cerco y yo saldría a hachar leña. En el campo uno de chico ya sabe lo que pasa. Cuando nos comen...

SUSURROS EN LOS MINARETES La Agente del Mossad que Bailó en Teherán

Ilustración nomás El siguiente escrito fue enviado por un amigo argentino-israelí, si no es cierto, porque pocas cosas lo son en una guerra o en la red, merece ser verdad o, como dicen los italianos, "si non è vero, è ben trovato" Autor desconocido Esto no es una novela. No es una fantasía. Es la historia real, estremecedora y palpitante, de una mujer que cambió el rumbo de una guerra—no con armas ni drones, sino con silencio, encanto y una pluma envenenada. Su nombre era Catherine Perez-Shakdam. Era una paradoja envuelta en sombras, una mujer cuya cada acción desafiaba al destino. Nacida en París en una familia judía secular, su sangre llevaba los ecos antiguos del Yemen: sus desiertos, su poesía, sus secretos. Especialista en asuntos de Medio Oriente, no era ajena al laberinto de la geopolítica. Su mente era un mapa de líneas de fractura: sunitas y chiitas, persas y árabes, poder y traición. Y entonces, hizo lo impensable. Se convirtió públicamente al islam chiita. Se envol...

PARECIDO Bicho que no hay

Ilustración nomás Un cuento para alegrar el domingo de los amigos que tienen paciencia y entereza para leer estas ocurrencias mal escrititas Fue un regalo de unos vecinos, de dónde lo habrían sacado, no sabemos. Mi mamá no quiso saber nada, pero, como le insistimos, dejó que lo hiciéramos quedar, siempre y cuando —dijo —esa porquería no venga a ensuciarme la casa, “porque cuando tengo que limpiar nadie me ayuda, todos se hacen los tontos, no pongan esa cara porque saben que es verdad”. Y siguió un rato con el discurso de siempre. Al principio supusimos que era un perro, pero luego nos dimos con que tenía una especie de astitas en la cabeza, pezuñas verdes y un solo ojo en medio de la frente. Como no sabíamos qué era, lo llamamos Bicho que no hay. El nombre se le ocurrió a Ramoncito, por el dicho que circula en las escuelas: “Pareces bicho que no hay y si hay son muy poquitos y muy fieritos, como vos”. Al tiempo vinieron unos gringos en unas camionetas grandes diciendo que eran de la Ad...

CUENTO El único que te espera es el Verdugo

Poco tránsito en el pueblo “Tu campera de cuero resiste el viento, el calor y la tierra que se le va acumulando en los hombros” El otro día he vuelto a tu casa, Pepe querido. No estabas. Qué ibas a estar. Fuimos con Horacio, que se ocupa de que todo siga igual, o más menos parecido, hasta quién sabe cuándo, hermano del alma. Hallamos tu cama algo desordenada, el roperito en que guardabas tus pocas prendas y esa alacena que casi te mata un día al tropezarte con ella. Todo estaba tal como el último día, cuando marchaste a la ciudad a hacerte atender de ese dolor de cabeza que, según decías, no te dejaba vivir. El yerbero sigue colgado de un gancho de alambre del comedor. Tu campera de cuero resiste el viento, el calor y la tierra que se le va acumulando en los hombros. En la cocina, algunas ollas mal acomodadas delatan que no esperabas estar afuera mucho tiempo. Horacio le da de comer a las gallinas, no le cuesta nada, sigue viviendo cerquita, por el caminito que iba al portón del Azul. ...

CUENTO Hablar de las hormigas

Modelo, archivo “Citar la novela que justamente estaba leyendo en mis ratos libres, dar como referencia de mis gustos literarios a Franz Kafka sería un error” La observaba en un boliche mientras bailaba con uno que parecía su novio. Pensé que sería una más de todas las hermosas mujeres que daban vueltas por el mundo y que nunca se fijarían en mí, pobre insecto. Pero sucedió algo impensado, en un momento ella se sentó en la misma mesa, a mi lado. La observé un segundo, miré para todas partes a ver si venía el muchacho con el que había estado bailando y le dije algo como “qué linda fiesta, ¿no?”. Soy muy tímido y esas pocas palabras me costaron. Me agarró un coraje extraño. Ella sonrió, y me respondió que sí, esperando que le dijera algo más, pero no se me ocurrió nada. Mientras hacía fuerza para hallar una frase con la que llamar su atención, volvió el muchacho con unas bebidas. Los observé detenidamente, conversaban de asuntos intrascendentes, se reían mirando cómo bailaban los otros y...

SUCESOS Alpargatas y revolución

Imagen de archivo Qué pasaba cuando andaba por la vida dándome aires de rebelde con alguna causa medio fantasiosa dando vueltas en la cabeza Para caerle bien me tiré de revolucionario, actitud que no me costaba porque en ese tiempo usaba barba negra y tupida, andaba de alpargatas, me bañaba medio salteado y no me cortaba el pelo, como se supone que hacen los que quieren cambiar la sociedad a la fuerza. Las alpargatas eran porque no tenía plata ni para un par de zapatillas ordinarias, si no me afeitaba, me ahorraba la yilé, a veces el baño para darse una ducha era un peligro en aquella pensión de mala muerte en que me alquilaban una piecita, el corte de pelo me parecía un lujo asiático e innecesario, no tenía plata ni para eso. Le expliqué que la lucha por conseguir el dinero necesario para comer era una preocupación burguesa, que lo que ganara cada uno debía ponerse en un bolsillo común para satisfacer las necesidades de la comunidad y el resto, usarlo en la gran revolución que haríamo...

NARRACIÓN Memoria de tormentas

Lluvia en el pago, fotografía de Alejandra Aragón Allá en el pago el viejo Holacho contaba punto por punto cómo había sido cada lluvia y las recordaba todas cual memoria del estado del tiempo El día que murió Holacho Rodríguez, se perdió la memoria de las tormentas, no hubo quién las narrara con un vocabulario que parecía más hecho para contar gestas antiguas que para detenerse en el relato de goteras, vientos, refucilos y nubes davueltando los cielos, a veces con ínfulas de penúltimo Armagedón del pago con el viento chocando las paredes de las casas de los vecinos y pasando por entre las ramas de los inmensos eucaliptos plantados alrededor de lo que fuera la abandonada casona principal del pueblo. Hombre de verba florida, de viejo, en las reuniones familiares los muchachos le preguntaban cómo había sido la primera lluvia del año 63, entonces empezaba a contar desde que un leve vientito se había levantado del sur: “La brisa comenzó a mover los calores, llevándolos quizás a otros planos...

CUENTO Silencio

Ama de casa Qué pasa cuando la mujer le pide al marido que proponga un reto, algo a cumplir de a dos y luego acepta lo que el hombre le planteó Un buen día, a la hora de la merienda, le dice que un matrimonio conocido se había hecho una promesa interesante: “Como un voto de los que hacen los curas”, le explica. Levanta la vista del libro que intenta leer y en vez decirle “ahá”, como siempre, le pregunta de qué se trata. Cuenta que ese matrimonio ha decidido nunca más en la vida llamarse por sus nombres de pila, sino que se iban a tratar de “mi amor”. A todo él le te tenía que responder: “Sí mi amor, no mi amor, pasame la toalla mi amor, me voy con mis amigos mi amor”. Y ella viceversa. A él le parece una propuesta interesante, pero tiene un inconveniente: —Si quisiéramos hacer lo mismo, mi amor, el problema es que ya nos tratamos así— le dice.  Quiere seguir en su libro, pero ella ya tiene toda su atención, como todos los días, y no lo va a soltar hasta dentro de unas horas cuando...

CUENTO Pica Cáceres

Dibujo de Juan, mi chango En qué momento un cuento viejo, quizás el primero de la vida, se convirtió en una realidad tangible gracias a mi amigo Chito Cáceres Un buen día mi amigo Chito Cáceres me dice que tiene un secreto y quiere contármelo. Alguna vez me había dicho que era sobrino nieto de Pica Cáceres, el personaje santiagueño de leyenda, al que se le atribuyen aquí todos los cuentos que en el resto de la Argentina son de Jaimito o de algún otro. Recuerdo que hace mucho, en un asado en su casa del barrio Smata, su padre, un hombre sencillo y conocedor de la ciudad, me contó que era cierto, eran parientes, pero no recordaba casi nada del hombre. Viene a cuento la historia porque una tarde le dije a Chito que casi todos los cuentos que circulan en la Argentina o en Santiago, atribuidos a su pariente o al porteño Jaimito, es posible que fueran inventados en Méjico, país cuya gente tiene fama de expansiva, divertida, amable y cordial. “Puede ser —respondió— pero algunos deben haber id...

EVANGÉLICOS El Pastor, Amelia, el templo

El Vasco, en la actualidad Los hijos pelean, la mujer grita para que uno les ponga atención, porque para eso es el padre, el perro ladra porque tocan la puerta y nadie atiende, de la cocina viene olor a quemado: sin esas incomodidades es imposible escribir un cuento El templo quedaba en Villa Rosita, frente a las vías del tren, en La Banda. Era una humilde construcción de ladrillos, pero esa noche sería en el patio la reunión, asamblea o comoquiera que llamen a esas tenidas. Allá fuimos con el Pastor, la señora y sus pequeñas hijas. Le había aclarado que yo era católico, no me convertiría por nada del mundo, pero insistió tanto, que al final fui medio obligado. Total, viendo de lejitos nomás, no es pecado, pensé. Unas mujeres que estaban esperando en la entrada del templo y saludaron efusivamente a la señora del Pastor y unos tres o cuatro muchachos también aguaitaban en la puerta, apenas entraron se dedicaron a ubicar las sillas. Le había dicho que iba como amigo nomás, para verlo en ...