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CUENTO Hablar de las hormigas

Modelo, archivo

“Citar la novela que justamente estaba leyendo en mis ratos libres, dar como referencia de mis gustos literarios a Franz Kafka sería un error”

La observaba en un boliche mientras bailaba con uno que parecía su novio. Pensé que sería una más de todas las hermosas mujeres que daban vueltas por el mundo y que nunca se fijarían en mí, pobre insecto. Pero sucedió algo impensado, en un momento ella se sentó en la misma mesa, a mi lado. La observé un segundo, miré para todas partes a ver si venía el muchacho con el que había estado bailando y le dije algo como “qué linda fiesta, ¿no?”.
Soy muy tímido y esas pocas palabras me costaron. Me agarró un coraje extraño. Ella sonrió, y me respondió que sí, esperando que le dijera algo más, pero no se me ocurrió nada. Mientras hacía fuerza para hallar una frase con la que llamar su atención, volvió el muchacho con unas bebidas. Los observé detenidamente, conversaban de asuntos intrascendentes, se reían mirando cómo bailaban los otros y cualquier cosa que sucedía a su alrededor era motivo de charla.
Esa noche aprendí más que en los mil libros de cuentos y novelas de amor que había leído en mis siestas en el campo. La cosa era sencilla pensé: no había que conversar sobre grandes asuntos universales sino sobre las tonterías que a uno se le ocurrían. Si pasaba una hormiga había que hacer un comentario, no dejarla fuera de la charla por considerarla poca cosa, preguntarse en voz alta adónde iría esa hormiga, podría ser motivo de una plática. Así, con asuntos banales, ir llenando el tiempo.
Entre tontería y tontería irían surgiendo, me imaginaba, temas más interesantes de qué hablar: la vida, el amor, la familia. Citar la novela que justamente estaba leyendo en mis ratos libres, dar como referencia de mis gustos literarios a Franz Kafka sería un error, mucho más nombrar “Vidas de payasos ilustres”, conocido texto de Ignacio Anzoátegui, lo mismo que sostener que mi deleite eran los tangos antiguos, bien marcados, con ruido de púa de fondo, como si salieran de una victrola.
Cuando el muchacho que estaba con ella se fue a conversar con otros, le dije que antes me había quedado mudo porque el ruido de la música me dañaba los oídos, ella respondió que también y, después de un rato de hacerme el sordo salimos a la vereda del boliche.
Entonces le conté que me gustaban las noches de verano cuando son estrelladas, porque me hacían recordar la infancia pasada en el campo, aunque, por prudencia, no nombré ninguna constelación. Me habló de su familia y le conté de la mía. Pasamos a los gustos personales, y le narré el amor que siento por los animales, aunque era una mentira.
Entretanto pensaba: “¡Funciona!”.
Esa noche nos dimos un beso.
Después anduvimos de novios como un año, quizás algo más, hasta que un buen día me dejó plantado por otro, un profesor de filosofía. Un tiempo anduve preguntándome por qué. Una amiga suya me entregó la clave: “Dice que le parecías superficial”.
En las pocas fiestas, bailes, boliches que anduve después me mantuve callado.
Prefiero.
Juan Manuel Aragón
A 20 de diciembre del 2024, en la Vaca sin cola. Bebiendo Ferné con Coca.
Ramírez de Velasco®

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