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Mostrando las entradas etiquetadas como Comer

PREMIO La mano izquierda

Sin pan y sin trabajo. Ernesto de la Cárcova Qué hacer cuando una persona llama a la puerta para pedir comida, cómo actuar ante semejante oportunidad que ofrece la vida Hay asuntos que revuelven el alma y la ponen blandita, fofa. ¿Nunca le han golpeado la puerta pidiéndole alguito para comer? Una llamada de desesperación. Quien lo hace ha perdido toda expectativa de conseguir una migaja de pan revolviendo la basura y no quiere techo, casa, colcha, dignidad o caridad sino solamente alguito para comer, así el estómago le deje de hacer ruido. Es una de las situaciones más desesperantes que es dable experimentar en la vida: haberse quedado sin nada para llevar a la boca y tener hambre. Para tocar el timbre en la casa de un desconocido hay que reconocer internamente que se ha fracasado en la misión más elemental de la vida primero, y luego de algunas cavilaciones, vencer la vergüenza de andar pidiendo por la calle, ¡uf! ¿Cómo actuar? ¿Correr a la heladera, sacar un cacho de mortadela, un p

ESCOPETA El gendarme y su gauchada

Luis Galván "De alguna misteriosa manera, o vaya usted a saber cómo, ese diario cayó en manos del jefe del procedimiento" “¡No me dado cuenta, hermano!”, decía después de que los gendarmes le quitaron la escopeta en la Ruta 34. Tampoco era un arma de lujo sino de esas de un solo caño, atadas con alambre, liviana y práctica, calibre 16, como la que precisa todo buen cazador. Fue una de las últimas veces que anduve por el pago. Le acababa de pasar y me contó la historia con algo de preocupación. Los changos le decían que tenía que haber largado la bicicleta y salido disparando rumbo al monte, ahí no lo iban a hallar más, era su elemento. Total, una bicicleta se encuentra en cualquier baile, pero no es fácil hallar una escopeta en estos tiempos. Claro que lo pensó. Pero eran 50 metros de correr con un arma en la mano, si le daban la voz de alto y seguía, capaz que lo bajaban de un balazo. Mansamente entregó la escopeta y lo dejaron ir. Diga que todavía no había pillado nada, po

CUENTO Cara al sol

El himno de la Falange “La médica seguía viniendo de vez en cuando, sólo que ahora tenía el cabello moro como alpargata de pintor” A veces pasaban días y no lo veíamos, sabíamos que estaba porque a la madrugada venía a comer lo que le dejaba mi madre en un plato cubierto con un repasador, sobre la mesa de la cocina. Otras ocasiones alguno llegaba tarde de la farra, a la noche, y lo topaba saliendo de su piecita, en el fondo, recién despertado. Algunos vecinos lo veían llegar de vuelta, a la mañana tempranito, comentaban que tenía un aire antiguo, sería por la ropa que, según decía la tía Martita, era del tiempo de Perón, pero no cuando volvió de España sino cuando lo largaron de Martín García. Para los chicos no era extraño tener un tío viviendo en una piecita en el fondo de la casa, que siempre, pero siempre, siempre, estaba con la puerta cerrada. Cuando nacieron ya estaba instalado ahí. Si los compañeros de escuela o los vecinos le preguntaban por él, no sabían por qué tanta curiosid