Ir al contenido principal

Entradas

Mostrando las entradas etiquetadas como Apero

PROMESA A caballo

De a caballo Un hombre vino montando al centro de la ciudad con un extraño designio que se revelará justo antes del final de esta nota Cuando cumplió su plan apareció en los diarios, pero no salió completa la noticia, solamente decía que un gaucho había venido al centro, de a caballo, un domingo, cuando los municipales no trabajan y no hubo quién lo ataje. Cuando llegó por primera vez, para probar nomás, tomó por el Camino de la Costa y entró al centro por la Francisco Viano, luego la Buenos Aires y llegó a la San Martín, pasando un poco la Moreno, ahí vivía. A muchos les llamó la atención, pero hubo otros que no se inmutaron, acostumbrados como estaban, en ese tiempo, a los carritos tirados por matungos. Todo había comenzado un poco antes, cuando el hombre dijo que tenía una promesa que cumplir y los amigos le avisaron que estaba loco, que era una tontería. “Por qué no gastas la plata en otra cosa o se la das a un pobre”, le aconsejó un amigo. Pero, era de esos que cuando se le pone a

BRUJOS La cura del Chagas

"Paisaje santiagueño", de Hugo Argañarás El engaño de los curanderos a los pobres que acuden a ellos, como última esperanza para zafar de un mal endémico en el norte de la Argentina La última vez que había visto a Lalo Coronel, todavía estaba viva su señora, la Dina, que me conocía de muy niño. Anduve como dos o tres días por el pago. Con un mancarrón y un apero que me prestaron, visité amigos, anduve por viejas sendas casi cerradas del todo, respiré el aire de esas mañanas, cristalino, diáfano, perfumado. Como siempre la casa se mantenía limpia, se diría reluciente, si no fuera porque el piso era de tierra, pero barrido hasta el confín del guardapatio como sabían ser antes los de todas partes. Tenían unos cuantos chanchos, un chiquero con cabras y ovejas, una huerta pequeña pero bien surtida, un loro, Lorenzo, y un guayacán inmenso ofertando una sombra que refrescaba las tardes del verano. Recuerdo que la Dina se quejaba por unos dolores del pecho —tenía mal de Chagas— que s

CABALLOS Cómo ensilla el santiagueño

Flete santiagueño El folklore está alejado del hombre de a caballo de la provincia, que no anda chalaneando el flote para florearse ante los puebleros Los santiagueños no usan (no usaban, mejor dicho) jamás esas riendas, cabezadas, bozales y cabestros de cuero graneado que tanto les gustan a los salteños. El santiagueño monta a caballo porque necesita ir de un lado para otro, no para pavonearse ante turistas que aplauden desde la vereda. Por eso también es poco común que el santiagueño use guardapantalón de cuero curtido para ir a las casas: para qué, amigo, si no va a pechar ramas en el pueblo. El ensillado del campesino santiagueño era un aperito pobre, mejor si era de los que llaman chilenos, carona chicuela de un solo cuero, jerguillas caseras, pellones comuncitos, no muy vistosos y estribos de fierro. Había cinchas de chaguar, casi un lujo, pero con el sudor de la panza del animal se acababan pronto, también trenzadas de cuero, de suela y otras, que vendían en las talabarterías. C

RELATO La lluvia y el centro del universo

Chicos en el Bobadal, chimpando charcos Llevaba anotada por mi madre la calle “Llanlloré”, número tal, la anduve buscando un rato largo en un mapita turístico Era marzo o abril, y se largó el agua como nunca en la vida lo había hecho y nunca más lo haría desde entonces. El cielo llovió todo lo que debía de años anteriores y entregó un adelanto al contado, por las dudas. Nos acostábamos, nos levantábamos, nos volvíamos a acostar y de nuevo amanecíamos con la tormenta. No paró ni un solo minuto, no dio respiro, tregua ni cuartel. Diga que la casa era fuerte, no tenía goteras y quedaban muchos libros que no habíamos leído en la ecléctica biblioteca que se había formado, capa tras capa, como una excavación arqueológica, con los que llevaban tíos, abuelos, primos y nuestros padres, para pasar las largas noches del invierno santiagueño. De Corín Tellado a Franz Kafka, de Jorge Wáshington Ábalos a Benito Lynch, pasando por decenas de novelas policiales de ciencia ficción, textos de historia