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ESTAMPA El perro y las novelas

Imagen de ilustración nomás Para qué poner nombre a un perro si tenía uno solo, no hacía falta distinguirlo Un solo perro tuve en mi vida, uno solo. Tengo recuerdos de muchos, el Lobito, el Tarzán y el Káiser, que eran de mi abuelo, los Llodrá tuvieron uno que era sordo, un día se acostó a dormir debajo de las ruedas de un camión y cuando el chofer puso marcha atrás, cagó fuego, también tenían otros, como el Morfeo y el Chirola; mi suegro tuvo uno muy bueno para la correr hacienda y salir a quirquinchar, el Chiquito. Pero ese que le cuento fue el único que tuve en mi vida. Me lo dieron de cachorrito y nunca le puse nombre, no hacía falta, si tenía uno solo. Además, nunca lo llamaba, para qué, siempre estaba ahí, dando vueltas, mirándome con cara de bobo. Era de raza indefinida, tenía algo de pastor alemán cruza con camioneta Bedford más otras veinte sangres callejeras corriéndole por las venas. Nunca he sentido mucho afecto por estos bichos. Ellos son perros, tienen un lugar establecid