Fiesta, imagen de archivo Los homenajes son una inútil y antievangélica humillación a la que suelen ser sometidos quienes está por mandarse a mudar del todo Vamos a decirlo de entrada, los homenajes se deben hacer a los muertos, preferiblemente cuando han pasado varios años desde que son fiambres. Homenajear a los vivos es degradarlos, someterlos a una inútil humillación antievangélica. El homenaje es una demostración pública de admiración y respeto, algo que ninguna persona de bien, aceptaría que le hagan mientras está viva. Si todavía anda por este mundo, agasájenlo para su cumpleaños, festejen el día de su santo, invítenlo a cenar, llévenlo de paseo, acompáñenlo al cine o al teatro, compartan buenos momentos en el café. Pero, por favor, no lo hagan pasar por la humillación de homenajearlo, y mucho menos con un “acto cultural”, en el que se juntan unas cuantas viejas a oir los ditirambos que le propinan los admiradores al homenajeado. Tanto se habla de los “homenajes en vida”, que el
Cuaderno de notas de Santiago del Estero