Panchúquer Qué pasa con las jóvenes del campo cuando llegan a la ciudad, por qué acostumbran tan fácil al tentempié norteño Apenas llegan a la ciudad, las chicas del campo se dan al dulce trabajo de saborear panchúquer cada vez que van al centro, qué sabrá ser. No miran vidrieras, no se asombran por la altura de los edificios ni por las luces de los comercios ni por la cantidad de gente que transita las calles ni por las plazas ni por los templos, sólo quieren comer panchúquer. Tal vez sea porque vienen de pagos en los que cada acción provoca una reacción igual, pero de sentido contrario: para comer cualquier cosa en su pago, perdido en el bosque santiagueño o, en una de esas, rodeado de enormes fincas sembrando glifosato en el cielo límpido, cada comida debe ser preparada por alguien. Pedir una comida de carne, huevos, una pizca de leche y harina y no tener que cocinarla les parece una maravilla de la modernidad. Quizás recién entonces se creen habitantes del siglo XXI cuando lo consu...
Cuaderno de notas de Santiago del Estero