Zapatos de mujer “Una ocasión la quise espiar mientras se bañaba: dejó sus prendas en una sillita, aflojó el grifo del agua y antes de entrar a la bañera…” No se sacaba los zapatos. Cualquier cosa hacía por mí menos sacarse los zapatos. Cuando le preguntaba por qué, me decía con tono de bolero: “Dejame que tenga un resto de pudor, de recato para mí, lo demás te lo he dado todo”. Así pasamos varios inviernos, yo amándola con desesperación, ella creo que también, sólo que no se sacaba los zapatos ni cuando suspiraba nuestro amor entre las encendidas sábanas. Los conocidos quizás decían “mirá que linda pareja”. Para su familia y la mía, habíamos alcanzado en brazos del otro “la cumbre del remanso”, según dijo una tía suya en un oxímoron destemplado. Pero lo que había comenzado como un capricho suyo, como una ocurrencia, se había hecho una obsesión. En todo estaba de acuerdo conmigo. Si quería ir al cine sólo tenía que decírselo, cuando la invitaba a la pizzería iba con gusto, caminar a mi
Cuaderno de notas de Santiago del Estero