La Casa Rosada, sede del poder Un viaje a Buenos Aires me hizo ver una característica común a todos, en este país La primera vez que oí la palabra fue en Buenos Aires, en la década del 90, pero quizás fuera más vieja y no le había prestado atención. Estaba haciendo antesala, un viernes a la tarde, en la Casa Rosada, para verlo a Félix Juan Borgonovo, funcionario de Carlos Menem, por encargo de Torito Barrionuevo y los empleados al despedirse, se decían: “Buen finde”. Ese viaje tuvo su miga, no vaya a creer, aunque siempre aprendo mucho cuando voy a Buenos Aires, lo que ocurre cada muerte de Obispo, y la yapa. Torito se iba a presentar de candidato en unas elecciones en Santiago y quería saber si contaba con los morlacos del otario. Es decir, quería saber si Borgonovo hablaría con alguien con unos mangos para encarar la campaña. Alguien, en este caso, era Menem. No sé cómo, pero me dejaron entrar a la Casa Rosada y me indicaron por dónde tenía que ir. Me hice el confundido y agarré para
Cuaderno de notas de Santiago del Estero