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Mostrando las entradas etiquetadas como Calicanto

RELATO El reflejo en la represa

"Luna de sangre", de Hugo Argañarás Cómo fue que mi abuelo me llevó a conocer mujer y lo que sentí cuando la vi por primera vez Era el padre de mi mamá y desde chicos fuimos muy unidos, cada verano, unos días antes de que terminaran las clases me iba al campo con él. Éramos felices. Al otro abuelo no lo conocí, murió antes de que yo naciera, un hombre importante, político que todavía se menta en la familia como hombre honesto y que dejó muchas obras en Tucumán. Mi abuelo materno era alguien sencillo: leía novelas policiales, le gustaba comerse una tumbita todos los días y montaba un caballo bayo melón. Todos los días me acuerdo de él, algunos más, otros menos, pero no pasa uno sin que algún pensamiento vuele hasta aquel tiempo en que el mundo era potrillo. Tenía unas maneras serias, pero era chistoso, alegre, bonachón, no tenía mal día. Le cuento, una vez vino a verlo un señor de La Isla, no recuerdo el apellido, dijo que quería hablar con él. Lo recibió todo compuesto, serio

SANTUARIO La última sandía

Sandías modernas Fue la última vez que estuvimos todos, cerca de un calicanto celeste con un cielo verde de paraísos a la vuelta Aquella vez fue la última que comimos una sandía todos juntos, detrás de las cañas huecas, el santuario de la mesa blanca y redonda de la que eternamente colgaba un abridor de cocacolas. Estaba terminando de marchitarse la abuela, queríamos verla fuerte y linda como había sido siempre, pero sabíamos que eso no era posible. Esa última vez agarró una pala para abrir una canaleta que llevara agua hasta las plantas más allá de la pileta de lavar, hizo unos centímetros y un nieto se la quitó, igual quedó feliz: “Todavía estoy fuerte”, dijo. Queríamos creerle y, por supuesto le creímos. Era una siesta como tantas otras, ¿ha visto?, el calor apretaba, pero en casa no hablábamos de esas cosas, no pregunte por qué, porque no lo sé. O sí lo sé, mi padre decía que lo que no se nombra no existe, por eso no andábamos todo el día quejándonos de la temperatura. Era una sand

CATERPILLAR Adelanto en el pago

Bosque santiagueño, Gustavo Tarchini “Aquellos inmensos bosques por los que paseaba ese último invierno que anduve de vacaciones se volvieron más obscuros presagiando su caída” Desde hacía tiempo venía cavilando sobre los cambios que se venían. De un año para otro en el pueblo ya no hubo dónde atar los caballos, desaparecieron los sulkys, la gente no criaba gallinas, se esfumaron los hornos a leña. Y hasta pusieron una confitería, “La Estrella”, en la que no era posible tomar unas cervezas tranquila y chotamente, porque habían instalado un gran aparato de televisión y mesas de billar en que los jóvenes gritaban sus triunfos de ocasión en la tronera. A eso le llamaban “adelanto”, según decían todos. Eran los nuevos tiempos que venían llegando a la vareada, con ganas de pasar por encima una humilde comarca que había vivido tranquila, a la sombra de los algarrobos, en medio de los ancochis, con chicos hondando urpilas, acatando las viejas normas del mundo que había sido. Aquellos inmensos