Bosque santiagueño, Gustavo Tarchini |
“Aquellos inmensos bosques por los que paseaba ese último invierno que anduve de vacaciones se volvieron más obscuros presagiando su caída”
Desde hacía tiempo venía cavilando sobre los cambios que se venían. De un año para otro en el pueblo ya no hubo dónde atar los caballos, desaparecieron los sulkys, la gente no criaba gallinas, se esfumaron los hornos a leña. Y hasta pusieron una confitería, “La Estrella”, en la que no era posible tomar unas cervezas tranquila y chotamente, porque habían instalado un gran aparato de televisión y mesas de billar en que los jóvenes gritaban sus triunfos de ocasión en la tronera.A eso le llamaban “adelanto”, según decían todos. Eran los nuevos tiempos que venían llegando a la vareada, con ganas de pasar por encima una humilde comarca que había vivido tranquila, a la sombra de los algarrobos, en medio de los ancochis, con chicos hondando urpilas, acatando las viejas normas del mundo que había sido.Aquellos inmensos bosques por los que paseaba ese último invierno que anduve de vacaciones se volvieron más obscuros presagiando su inminente y polvorienta caída. Recuerdo que una tarde, mientras recorría una vieja picada cerrada casi del todo, de atrás de unos guayacanes salió disparando, asustado, un gato del monte. Tuve la sensación de que ese animal sabía lo que le esperaba, aunque ni él ni yo estuviéramos al tanto acerca de qué era exactamente lo que se venía.Esa ocasión decidí traer los pocos libros que quedaban en la vieja casona, seguro de que, si los dejaba allí, terminarían de servir de almuerzo de ratones o, peor aún, los que siguieran los usarían para hacer fuego, limpiar la parrilla para el asado o asuntos peores. Por las noches, Radiosol mediante, comencé a leer la Historia socialista de la Revolución Francesa, de Jean Jaurés, varios tomos que habían sido de mi abuelo paterno y que continuaban intonsos, por lo que debía llevar un cuchillito afilado a la cama para darme al placer de rebarbar sus páginas.
En apariencia todo seguía igual, la casa, los corrales, el canto de los gallos a la madrugada, los viejos amigos, un lugar al que llamábamos la Isla de los Guayacanes, Bajo Alegre, la Isla Mota, un pequeño sitio de ensueño llamado Felicidad, entre la Isla y la Guanaca y aquel calicanto celeste que había sido la delicia de grandes y chicos durante años.
Pero en todas partes andaban venteando los soplos de renovación que traían las nuevas estrellas que alumbraban el pago. Tarde me percaté, además, de que aquella vida había durado demasiado, más de lo que lógicamente había de esperarse de un lugar de feliz infancia.
Por el camino, que ahora en el pueblo le llamaban “ruta”, pasaban tantos autos que era imposible saber quiénes lo transitaban. Había dejado de ser como en los viejos tiempos, que el ómnibus de hoy tapaba los rastros del que había venido ayer y el de mañana taparía los de hoy.
Una tarde, del lado del camino que venía de la ciudad, se levantó una polvareda. Era un carretón de esos inmensos, pocas veces visto en esos andurriales. ¿Qué sería? Estaba con un amigo y nos quedamos quietos, curiosos, expectantes. Traía dos inmensas topadoras amarillas.
—Qué barbaridad—observé.
Y el otro, ignorante de mis cavilaciones respondió maravillado:
—Ahá. Caterpillar.
©Juan Manuel Aragón
QUE LO PARIÓ QUE TRISTE.!!!!
ResponderEliminarQue mal sabor te deja,ver que las máquinas del progreso destruirán un pasado glorioso y cargado de recuerdos matando flora y fauna autóctona irrecuperable.
ResponderEliminarMuy importante tema para el intercambio de impresiones. Los que le han fallado a la.provincia y a la sociedad en este tema son los responsables de la gestión ambiental de las obras, ya sea de parte de los gobiernos, del sector privado o de ONGs en el tema.
ResponderEliminarNadie hace en la provincia un estudio de la condición y hábitat de las especies autóctonas endémicas, su hábitat, su condición reproductiva ni nada por el estilo. Nadie lleva a cabo el desarrollo del plan de manejo de una zona antenla construcción de una obra de penetración. Sin saberse las reales condiciones en que se encuentra la flora y fauna de una región, ni las posibles amenazas existentes, nadie puede saber qué acciones de mitigación se deben incluir en los planes de desarrollo y en las contrataciones para ejecución de obras que son parte de esos planes.
He tenido a cargo programas de caminos y otras obras en varios países de latinoamérica y en casi todos los casos, todos estos estudios eran requisitos previos de financiamiento, los cuales determinaban en que condiciones se ejecutarían las obras, si es que se podían ejecutar, y cómo se regularía el uso del suelo posteriormente. Son todos esos "ambientalistas" y ONGs que se rasgan las vestiduras luego de que todo queda arrasado, los que nunca hacen nada antes de que suceda.
Hola Juancho muy bueno el relato. Ahora comparto todo con mi hija que anda aquí y le encanta.
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