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Frente de una casa antigua |
“En el medio, como chorizos superpuestos y una tras otras, la pieza de los padres, después la de los abuelos, la de los tíos…”
Me gusta el liviano aire que portan las casas viejas, que tienen un aparente desorden en las cocinas con el que las abuelas suelen confundir a la gente que llega por primera vez. Me gusta cuando las conozco, cuando me dejan pasar a ese lugar sagrado, que solamente era profanado por los íntimos, y también por el electricista, el gasista, el plomero, cuando llegaban, tras un pedido de auxilio.En ocasiones, como esta madrugada de domingo en que escribo mi diaria crónica, algo en el aire trae el recuerdo de aquello y crece en el pecho un rencor añejo, por las cosas que no están, porque no hicimos mucho para retenerlas y porque, de alguna manera que no sabría explicar, podríamos haber cubierto de eternidad aquellos tiempos y no lo hicimos, ¡caracho!Le cuento por si lo ha olvidado o no lo experimentó, en esas casas había una sala española, no un living norteamericano, que daba a la puerta cancel, la que se abría a la calle. Tenían dos patios con parra, un fondo con plantas de fruta y, en el medio, casi el centro de la vida familiar, una habitación de un metro por un metro a la que nombraban como la despensa, y servía para guardar las escobas, los baldes, los jabones.
En el medio, como chorizos superpuestos y una tras otras, la pieza de los padres, después la de los abuelos, la de los tíos, la de servicio, la del fondo y alguna más que queda en el tintero, salpicadas de baños, cada tanto, porque uno o dos, sobre todo cuando se juntaba la nietada para las fiestas de fin de año o para la Pascua, siempre serían pocos.
De esa casa, el único mueble que me tocó es una mesa de madera que estaba bajo la galería del segundo patio, con sus patas pintadas de blanco, hacía de mesa de planchar. Lijada, lustrada y barnizada, hoy engalana la cocina de casa y es la que usamos todos los días. Cuando nuestros hijos se repartan las cosas que dejaremos, quizás sea la mesa del comedor principal de alguno de ellos. La mera antigüedad y el recuerdo de tantas historias le habrán permitido subir de categoría.
La heladera era de esas viejas, de lata, blanca, con la manija para afuera, un pompón en la punta y el mantel de la mesa era de hule a cuadros grandes, verdes y colorados y un centro de mesa con florcitas del campo. A veces me pregunto por qué ya no se ven por ninguna parte los manteles de hule, ¿no los fabrican más?, ¿están prohibidos por el gobierno?, ¿tienen algo que no es sostenible y sustentable, como dicen ahora?, ¿son antifeministos?
Las ventanas tenían visillos y el cuarto principal, el de los viejos, estaba repleto de santos y santas, Corazones de Jesús, vírgenes hermosas con niños desnuditos y desde una esquina, alumbrado por una vela, Ceferino Namuncurá vigilaba la habitación. Con tantos buenos beatos vigilándolos, pensábamos que para los abuelos debió haber sido difícil engendrar la cantidad de hijos que tuvieron, o quizás apagarían las luces por completo, vaya uno a saber.
Recuerdo como si fuera anteayer, una tarde del 5 de enero, cuando junté a mis primos chicos en el patio y les expliqué detalladamente cómo hacían los Reyes Magos para saber qué quería cada uno de regalo y por qué siempre les traían otra cosa. También les tracé el recorrido, cómo acomodaban las cosas en los camellos y de dónde había que sacar el agua y el pastito. Después confesé al cura esa mentira: me dio de penitencia un Padrenuestro y un Avemaría, no por haber mentido sino por haberme metido en lo que no debía. La lección del cura me sirvió, fue la primera y única clase que di en mi vida, la docencia no era mi futuro.
De chicos, sabíamos que algún irremediable día, íbamos a extrañar esa casa; cuando los viejos se fueran para siempre todo sería vendido por la generación que venía detrás, los padres, los tíos vivos y las tías supérstites. Ahí levantarían un edificio de varios pisos, pondrían una playa de estacionamiento o se convertiría en una oficina pública, en cuyo caso no pocos contribuyentes odiarían ese sitio que para nosotros era sagrado, ya que ahí habíamos aprendido a caminar, a jugar a los soldaditos y, en el mejor de los casos habíamos sido feliz y alegremente concebidos.
Cada vez que entro en una casa vieja como aquella que estoy nombrando, me viene como una tristeza porque esos objetos eternizan el tiempo en que los viejos todavía estaban ahí dándoles vida y, siento saudades sobre todo, por las horas invencibles que se marcharon.
También me da congoja ese cuadro sepia de la abuela, joven, linda, sonriente, tomada, según contaban, cuando faltaba una semana para que conociera al abuelo, que la eligió entre las amigas y las hermanas que se juntaban en lo que después fue la Placita de las Chismosas. Y se llevaron los primos de Tucumán. ¡Se lo llevaron los primos de Tucumán!, ¿entiende?
No les tocaba.
Maulas.
Juan Manuel Aragón
A 14 de abril del 2025, en la Congreso. Horneando pizzas.
Ramírez de Velasco®
Épocas gloriosas. Peronistas de peron u Eva. Ahora miseria x todos ladod
ResponderEliminarMuy buen final, del relato, buen remate, así se dice no ??
ResponderEliminarSantiago Del Estero con un !!!!!!!!gobierno Iconoclasta.Especulador Inmobiliario con Empresas de Construccion Socias y complices¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡
ResponderEliminarDerrumban casas y edificios de tradicion abolenga y cargados de historia,como la Casona de los Taboada!!!!MONUMENTO HISTORICO¡¡¡¡,(para construir oficinas publicas de catastro) ,La Casa de juan F Ibarra,La Casona de los Alvarez,La casa de Mama Antula de calle Bs As al 100 ,La Casona de Saint Ggermes(para construir una placita)etcetcetc
Juan : al cuadro cepia , adonde estaba tan linda lo tiró la Estela . Así tiró muchos recuerdos para no dar trabajo a las generaciones siguientes etc etc . Después tienen q cargar c estas fotos de gente q no saben wuien es , o se ríen . No hubiera sido el caso de nosotros. Hoy le encuentro razón , qué irán a hacer con mis cosas mis hijos cuando me vaya ??.... adivina: buscar una bolsa de residuos y tirar.
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