A modo de ilustración Persiste el flagelo de asesinar por etnia o creencia, sin embargo, el exterminio quirúrgico de infantes nonatos es la atrocidad moderna más grave Nada impidió ni impide que millones de prisioneros torturados y muertos en todo el mundo griten su dolor: de Alemania a Venezuela, de Cuba a la Argentina, de Chile a Corea del Norte, de Guantánamo a Camboya, de China a Nicaragua. El carcelero lo busca: que griten, porque el grito confirma el sufrimiento; que griten, porque exhibe su impotencia; que griten, aun sabiendo que nadie los oirá; que griten, porque ese clamor, tan audible como inútil, es parte del castigo. Cada día miles de personas son torturadas o asesinadas no por lo que hicieron, no por delitos graves ni leves, no por inducir a otros al mal, sino por algo todavía más banal y más atroz: por lo que son, por lo que sus ideas representan, por mantener viva y en paz su fe religiosa, su convicción política, su identidad. Y a veces ni siquiera por eso: son violados...
Cuaderno de notas de Santiago del Estero