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LUJURIA Una mujer de sueño

Recuerdos juveniles La conocí grande cuando andaba cerca de sus cuarenta, tal vez un poco menos. Yo tendría catorce, quince años a lo sumo. Apreciaba la hermosura que seguramente habría tenido en su juventud, sin darme cuenta o quizás sabiendo de alguna oscura manera, que esos tiempos seguían siendo suyos, y esplendorosos, además. En ese entonces una mujer grande se vestía, se peinaba, caminaba y actuaba como una mujer grande, no como ahora que las madres se visten con más transparencias y escotes que las hijas. Y se ríen con la panza: “Cosa de putas”, habría dicho mi abuela quizás con algo de razón. Ella no era así. Una sola ocasión mi madre la nombró, para decir que era una “mujer digna”, refutando a alguien que le contaba no sé qué chisme sobre ella. Me quedaron grabadas aquellas dos palabras, como un requiebro entre mi imaginación y la realidad. Pero, ya se sabe, los varones vivimos los sueños si la vida no nos alcanza. Tenía rodete, una antigüedad ya por entonces. Las mujeres de s