Ilustración nomás Ella le entrega dedicación absoluta y mis intentos de acercarme se arrinconan contra un muro de prohibiciones Es el otro hijo de mi mujer, el que nunca reconocerá como tal, pero mis otros hijos y yo mismo siempre hemos sabido la verdad. Lo vigila igual o mejor que a los que tuvo conmigo: una mujer y un varón. Lo contempla con arrobamiento, lo mima con dulzura y se cuida con esmero de que yo intente entablar algún tipo de relación con él. “Es sólo mío”, me advierte cada vez que puede. E s blanco, rechoncho, retacón y siempre dispuesto a obedecer; no es díscolo como los otros. Mi hija, la mayorcita, está por cumplir 22 años y me discute sobre religión, política y lenguaje: tres territorios en los que, en otro tiempo, me creí invulnerable. Mi chango, mucho más chico, es un hincha fanático de Boca: sigue los partidos de su equipo con una pasión que a mí se me escurrió hace rato por las grietas de la paciencia. El otro hijo —el de mi mujer, digo— es indiferente a esos...
Cuaderno de notas de Santiago del Estero