El jardín, de Claudio Monet “Como su nombre lo indica, importaba más la impresión que causaría lo que se veía y por eso los girasoles de Van Gogh son geniales” Pasa con las mujeres algo parecido a lo que sucede con el arte. Lo que más gusta de ellas no es lo que dicen obscenamente sobre el amor sino lo que no dicen, lo que ocultan, lo que mantienen en ese misterio a medias entre el querer desesperadamente y la indiferencia más helada. Como que de dos asuntos fundamentales huyen los lectores, de los prólogos largos y de las descripciones minuciosas. Esos cielos azules, resplandecientes de cristales que se hacen fríos al caer la tarde y todo ese palabrerío inútil, la mayoría los pasa de largo. Contame algo dice el lector y entonces para describir el alba José Hernández dice “apenas la madrugada, empezaba a coloriar, los pájaros a cantar y las gallinas a apiarse, era cosa de largarse cada cual a trabajar”. ¡Y ya está, amigos! ¿Para qué quieren más? Es el mismo trazo grueso de los impresio
Cuaderno de notas de Santiago del Estero