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Ilustración |
Una narración que recuerda las recopilaciones de Juan Alfonso Carrizo, Andrés Chazarreta, Orestes Di Lullo
desde San Pedro,
departamento Jiménez
El día amaneció gris. El campo se mantenía en silencio, las hojas de las plantas dormitaban en sus gajos. En algunas casas los animales domésticos daban malos augurios, los perros antarca encogían sus patas cual pecador rogando por su salvación a Dios. Los gallos se subían a las mesas a cantar batiendo con fuerza sus alas. Luego poniendo de costado sus cabezas lanzaban chillidos lastimeros “griii, griii”. Los polluelos prestaban atención y corrían a esconderse en los yuyos como queriendo escapar del peligro.El comentario en los vecinos corría de casa en casa invadiendo de temor todo el pueblo. Otros comentaban que noches anteriores cocos y alicucos visitaron sus patios hasta altas horas de la noche. Eso era muerte segura.A eso de las nueve de la mañana el cielo también empezó a dar sus señales. Inesperadamente se escarchó de nubes blancas transparentes formando figuras escalonadas. Estos según decían anunciaban muerte de anciano o de menor.
Las horas seguían pasando, el cielo como un mago jugaba con las nubes formando figuras distintas y de mil colores.
En el pago, entre tantos niñitos estaba Pedrito Paje de dos añitos solamente. Era muy querido por la gente, por bello e inteligente lo que era motivo de conversación. Estaba siendo criado por una septuagenaria, a la que le enseñaba de todo y estaba pendiente de él todo el día. Lo protegía tanto que nunca salió del alero del rancho. Desde ese lugar tenía su férula el adonis y en horas de la siesta armaba su toletole. A las visitas las invitaba a pasar y tomar asiento, cuando les pedían que cante no se hacía de rogar, acomodaba la garganta y degustaba con su vidala preferida.
Qué año tan triste mi amigo
Qué año fatal
El campo se ha puesto fiero
Que ni trabajo hay
Y para peor de los males
El cantinero no va a fiar.
El día amaneció gris. El campo se mantenía en silencio, las hojas de las plantas dormitaban en sus gajos. En algunas casas los animales domésticos daban malos augurios, los perros antarca encogían sus patas cual pecador rogando por su salvación a Dios. Los gallos se subían a las mesas a cantar batiendo con fuerza sus alas. Luego poniendo de costado sus cabezas lanzaban chillidos lastimeros “griii, griii”. Los polluelos prestaban atención y corrían a esconderse en los yuyos como queriendo escapar del peligro.El comentario en los vecinos corría de casa en casa invadiendo de temor todo el pueblo. Otros comentaban que noches anteriores cocos y alicucos visitaron sus patios hasta altas horas de la noche. Eso era muerte segura.A eso de las nueve de la mañana el cielo también empezó a dar sus señales. Inesperadamente se escarchó de nubes blancas transparentes formando figuras escalonadas. Estos según decían anunciaban muerte de anciano o de menor.
Las horas seguían pasando, el cielo como un mago jugaba con las nubes formando figuras distintas y de mil colores.
En el pago, entre tantos niñitos estaba Pedrito Paje de dos añitos solamente. Era muy querido por la gente, por bello e inteligente lo que era motivo de conversación. Estaba siendo criado por una septuagenaria, a la que le enseñaba de todo y estaba pendiente de él todo el día. Lo protegía tanto que nunca salió del alero del rancho. Desde ese lugar tenía su férula el adonis y en horas de la siesta armaba su toletole. A las visitas las invitaba a pasar y tomar asiento, cuando les pedían que cante no se hacía de rogar, acomodaba la garganta y degustaba con su vidala preferida.
Qué año tan triste mi amigo
Qué año fatal
El campo se ha puesto fiero
Que ni trabajo hay
Y para peor de los males
El cantinero no va a fiar.
- ¿Y quién es el cantinero mijo? –preguntaba la anciana
- Nelo Juárez -respondía, haciendo alusión al cantinero del pago.
La tarde pasó y llegó la noche, dueña del silencio y del misterio. Amparada en la sombra también lo hizo la muerte, la temerosa, esperada por todos, cargando con la vida de Pedrito Paje. Pero la muerte es así de cruel, es despiadada y sin límites de edad.
El llanto de la anciana se hizo oír en las casas cercanas, en poco tiempo se enteró todo el pago y empezaron a llegar los vecinos algunos con linternas, otros con faroles. No faltó el que cargó la pava, mate, yerba y azúcar y hasta un poco de leña para la ocasión, sabiendo que la deuda no tenía demasiado en casa. Esta entre sollozos contaba y ponderaba las cualidades de su “hijito” quien estaba siendo velado por ella en un pequeño cajoncito, conmoviendo hasta el llanto a los demás. Lo más impresionante y triste ocurrió a la madrugada cuando la madre levantó el cuerpito sin vida, colocándolo en su regazo y moviendo sus piernas como acunando a un niño dormido y le improvisaba cánticos.
Mi Pedro pórtese bien
No se olvide mis consejos
Vaya por el camino angosto
Derechito pa San Pedro
Si le pide que cante
Cante la vidala de Nelo
Él le dará unos manjares
Porque es un hombre muy bueno
Cuando lo vea a tata Dios
Dígale que siempre rezo
Él le pondrá alitas blancas
Y un hilo largo hasta el suelo
Por donde podrá bajar
Cuando se agote su vuelo
Tendrá esa facultad
Porque sabe que lo espero
Le daré la comidita
Que más le gusta a mi Pedro
Y entre un coro de gorjeos
Cantará bajo el alero
Así su mamita vieja
No llore por Paje Pedro
Hacía un pequeño silencio y continuaba luego de secarse las lágrimas.
¡Ay!, mi Pedro ya se va
Seguro irá volando al cielo
¡Ay!, mi Pedro si supiera
Lo mucho que yo lo quiero
El viento coreaba canciones de cuna. Por sobre las copas de los árboles la luna iba rindiéndose de a poco al cansancio de la noche, Pedro partió ya iba volando en su viaje al infinito en busca del descanso eterno y definitivo.
El despertar del nuevo día encontró a los vecinos con los rostros demacrados por el desvelo, los ojos inflamados y acuosos acurrucados bajo el poncho tibio de las fogatas. Algunos apuraron la inhumación diciendo que ya era suficiente, de todas maneras, entre el tremendo dolor manifiesto de la anciana se demoraron un poco más. Todos acompañaron hasta el lugar elegido en donde sería sepultado el cuerpito. La mayoría lloraba, los que no lo hacían, acompañaban con un respetuoso silencio el dolor.
En el cerco próximo a la casa fue sepultado pensando en la abuela, volvería en el verano en las hojas verdes oscuras de las chacras o en el dulzor de los sabrosos granos de choclo que tanto le gustaba.
Consumado el entierro, cada vecino se fue retirando a sus casas a continuar con sus tareas diarias.
Al poco tiempo, la anciana que se pasaba llorando comenzó a ver cambios en su manera de ser. Ya no hubo más llantos, tampoco hablaba de su Pedro, pero se la veía absorta, como sumida en una melancolía profunda, sentada en un viejo sillón casi no hablaba ni comía. Su cuerpo comenzó a enflaquecer de una manera alarmante. Los comedidos de siempre como suelen ocurrir en el campo, la aconsejaban visitar al médico, pero se negaba diciendo que estaba bien que no tenía nada.
Al cumplirse tres años justo de la partida de su hijito al que había adoptado con todo el amor del mundo, la hallaron muerta en el patio de su rancho, posiblemente de pena. Quizás fue a buscarlo para encontrarse en algún lugar del cielo. La evidencia fue que entre sus manos aprisionaba una plumita verde de “Pedro Paje” su lorito querido al que tanto quiso.
- Nelo Juárez -respondía, haciendo alusión al cantinero del pago.
La tarde pasó y llegó la noche, dueña del silencio y del misterio. Amparada en la sombra también lo hizo la muerte, la temerosa, esperada por todos, cargando con la vida de Pedrito Paje. Pero la muerte es así de cruel, es despiadada y sin límites de edad.
El llanto de la anciana se hizo oír en las casas cercanas, en poco tiempo se enteró todo el pago y empezaron a llegar los vecinos algunos con linternas, otros con faroles. No faltó el que cargó la pava, mate, yerba y azúcar y hasta un poco de leña para la ocasión, sabiendo que la deuda no tenía demasiado en casa. Esta entre sollozos contaba y ponderaba las cualidades de su “hijito” quien estaba siendo velado por ella en un pequeño cajoncito, conmoviendo hasta el llanto a los demás. Lo más impresionante y triste ocurrió a la madrugada cuando la madre levantó el cuerpito sin vida, colocándolo en su regazo y moviendo sus piernas como acunando a un niño dormido y le improvisaba cánticos.
Mi Pedro pórtese bien
No se olvide mis consejos
Vaya por el camino angosto
Derechito pa San Pedro
Si le pide que cante
Cante la vidala de Nelo
Él le dará unos manjares
Porque es un hombre muy bueno
Cuando lo vea a tata Dios
Dígale que siempre rezo
Él le pondrá alitas blancas
Y un hilo largo hasta el suelo
Por donde podrá bajar
Cuando se agote su vuelo
Tendrá esa facultad
Porque sabe que lo espero
Le daré la comidita
Que más le gusta a mi Pedro
Y entre un coro de gorjeos
Cantará bajo el alero
Así su mamita vieja
No llore por Paje Pedro
Hacía un pequeño silencio y continuaba luego de secarse las lágrimas.
¡Ay!, mi Pedro ya se va
Seguro irá volando al cielo
¡Ay!, mi Pedro si supiera
Lo mucho que yo lo quiero
El viento coreaba canciones de cuna. Por sobre las copas de los árboles la luna iba rindiéndose de a poco al cansancio de la noche, Pedro partió ya iba volando en su viaje al infinito en busca del descanso eterno y definitivo.
El despertar del nuevo día encontró a los vecinos con los rostros demacrados por el desvelo, los ojos inflamados y acuosos acurrucados bajo el poncho tibio de las fogatas. Algunos apuraron la inhumación diciendo que ya era suficiente, de todas maneras, entre el tremendo dolor manifiesto de la anciana se demoraron un poco más. Todos acompañaron hasta el lugar elegido en donde sería sepultado el cuerpito. La mayoría lloraba, los que no lo hacían, acompañaban con un respetuoso silencio el dolor.
En el cerco próximo a la casa fue sepultado pensando en la abuela, volvería en el verano en las hojas verdes oscuras de las chacras o en el dulzor de los sabrosos granos de choclo que tanto le gustaba.
Consumado el entierro, cada vecino se fue retirando a sus casas a continuar con sus tareas diarias.
Al poco tiempo, la anciana que se pasaba llorando comenzó a ver cambios en su manera de ser. Ya no hubo más llantos, tampoco hablaba de su Pedro, pero se la veía absorta, como sumida en una melancolía profunda, sentada en un viejo sillón casi no hablaba ni comía. Su cuerpo comenzó a enflaquecer de una manera alarmante. Los comedidos de siempre como suelen ocurrir en el campo, la aconsejaban visitar al médico, pero se negaba diciendo que estaba bien que no tenía nada.
Al cumplirse tres años justo de la partida de su hijito al que había adoptado con todo el amor del mundo, la hallaron muerta en el patio de su rancho, posiblemente de pena. Quizás fue a buscarlo para encontrarse en algún lugar del cielo. La evidencia fue que entre sus manos aprisionaba una plumita verde de “Pedro Paje” su lorito querido al que tanto quiso.
El que nunca jamás volvió.
Ramírez de Velasco®
Ramírez de Velasco®
Muy bueno. Final con estocada sorprendente. Felicitaciones.
ResponderEliminarMuchas gracias Cristian.
EliminarMuy hermoso, muy real, muy de antes, cuando teníamos sentimientos humanos, cuando el dolor de otros nos tocaba, y aunque fuera por un corto tiempo, el temor, la angustia, nos mostraba la fugacidad de nuestra vida, que debíamos honrarla mientras la teníamos.
ResponderEliminarMuchas Gracias O.T.
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