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CUENTO La Palmira

Imagen ilustrativa "Volvieron a toparse a los 16 o 17 años en los bailes en los que más que mirarse a los ojos no podían hacer: los padres vigilaban de cerca y pedían que haya luz entre los bailarines" Una tarde, cuando desgranábamos maíz en el patio de su casa, me dijo que todos los días, uno por uno, había extrañado a la Palmira. Al despertarse tocaba el otro lado de la cama esperando hallarla en el hueco vacío, y si bien no sufría tanto su ausencia, la seguía extrañando. No la había vuelto a nombrar en público, siempre le decía “la Finada”, y es que quizás el sonido de su nombre le hería el alma o algo. A los seis meses de su muerte, lo visitaron las hermanas de ella. Era la primera vez que iban a su casa desde el velorio y se sorprendieron de hallar el sitio de la casa bien barrido, pispearon para adentro y los dormitorios estaban en orden, el aro de Lorenzo tenía una lata de picadillo con el agua limpia. En fin, todo bien puesto y prolijo, como había sido ella. Les impre