Diego Velázquez: Anciana friendo huevos La tesis de un pariente era que, con el tiempo, los objetos adquirían un alma y se convertían en testigos de la vida de la familia Mi hermana, la Catalina, una tarde que tomábamos mate a la sombra de la cañahueca, dijo que cuando muriera la abuela Clara, habría una batalla campal en la casa por ver quién se quedaba con su pava negra, yapada con alambres, abollada en varias partes, irreconocible en la oscuridad de las madrugadas, entre el sartén, las cacerolas, el cucharón y Napo, el gato que adoptaron los viejos cuando se murió Lorenzo, el loro que era lora. Quise avisar que el único heredero sería yo, pues el abuelo me la había legado antes de morir, pero no me dieron bolilla, soy uno de los menores en una nietada que, según las cuentas, hasta hace unos años andaba en 45 ejemplares de todas las edades, señales, marcas, pelos, razas. Nadie se disputaría su costurero ni la antigua Singer a pedal con la que cosía sus vestidos y los delantales que u
Cuaderno de notas de Santiago del Estero