El Hombre Araña en el patio de casa |
“Al menos en teoría cualquiera de nosotros, un día de estos podría entrar a un laboratorio en que se críen arañas radiactivas”
Después de ser mordido por una araña radiactiva Peter Parker adquiere superpoderes extraordinarios. De un lugar impreciso de la muñeca le brotan telas de araña fuertísimas, además le salen unas especies de ganchos diminutos en los dedos y en la palma de la mano, lo que le permite trepar paredes con una facilidad asombrosa.Es un chango de Nueva York, huérfano, criado por unos tíos que lo tratan como a un hijo. Vive en una casa de barrio común y corriente, nada del otro mundo. En su faz humana, digamos, es tímido, lento y algo retraído, lo que le trae algunos problemas a la hora de conseguir novia. Las chicas que le gustan están buenas, pero no son gran cosa.Juan va lanzando sus telas de araña por toda la casa, no sé por qué todavía no hay una madeja inmensa y viscosa impidiéndonos caminar. Lanza hacia un lado, “¡chhhsss!”, hacia el otro “¡chhhsss!” y los villanos no se atreven a acercársele. Desde sus cuatro años, mira el mundo desde atrás de una máscara que no se saca ni para dormir.Viene haciendo roncha en el mundo de la super heroicidad desde principios de la década del 60 cuando salió en una revista, cuyos autores eran Stan Lee y Steve Ditko. Hamacarse entre los altos edificios, columpiándose como una araña tiene sus desventajas, pues siempre hay malvados supervillanos que quieren matarlo porque se oponen a sus planes.
Como Clark Kent, el otro personaje de historietas, había una explicación lógica, aunque increíble para sus superpoderes. Una de las diferencias es que mientras uno había nacido siendo fuerte y sabiendo volar, el otro, el arácnido, se topa con su nueva personalidad casi de casualidad y de grande. Además, Superman vivía en Metrópolis, un pueblo inventado, mientras el otro es más real.
Es imposible volver el tiempo atrás y convertirnos en Superman. Pero, al menos en teoría cualquiera de nosotros, un día de estos podría entrar a un laboratorio en que se críen arañas radiactivas, que una nos pique y chau, convertirnos en un personaje de historietas o galán de cine, quién le dice.
Hasta hace un año era un dinosaurio, caminaba como dinosaurio, comía como dinosaurio, se movía como dinosaurio y pegaba unos gritos de dinosaurio que levantaban del susto a la madre. Las manitos para adelante, agachado, daba unos pasos y se le hacía que toda la casa temblaba. Lo veíamos y nos asustábamos. “No nos coma, señor dinosaurio”, le decíamos, pero igual venía y nos comía a los tres, a la madre, a la hermana y a mí, de un solo bocado.
La industria del cine norteamericano es maravillosa, a partir de extraordinarios hechos inexistentes ha creado un mundo casi a la medida del imperio que son. Entre otras cosas le hizo creer al resto de la humanidad que la Conquista del Oeste de su país la hicieron ellos solitos, cuando es sabido que fue obra de los españoles, desde California hasta cerca de Wáshington.
El Hombre Araña, un éxito en las revistas de papel, pasó al cine y se convirtió en el anteúltimo film extra pochoclero de los cines del mundo. Cuando el éxito es inmenso, como en este caso, florece a la par del comercio de objetos ligados al fenómeno, remeras, vasos, platos, muñecos, llaveros, mochilas, gorras, zapatillas, bolsos, relojes pulsera, adhesivos, triciclos, bicicletas, en fin. Y con estos objetos terminan de conquistar a un público infantil ávido de historias asombrosas, hazañas imposibles y aventuras maravillosas.
Entre ellos, mi chango, Juan, a quien el Hombre Araña le ha colonizado la cabeza, de tal suerte que, mientras caminamos rumbo al parque Aguirre a hamacarnos o bajar por el tobogán o vamos a cualquier otro lado, él anda en su mundo de fantasía, lanzando telas de araña para todas partes, peleando con villanos imaginarios, trepando las paredes de las torres de Educación y Economía, pasando de ahí al edificio del Banco Provincia, saltando a cualquiera de los breves rascacielos de la calle Mitre.
Quizás Peter Parker algún día lee esta nota y le agarra curiosidad por conocer Santiago del Estero. Díganle que aquí tiene un amigo, si necesita un guía para salir por la ciudad a desplazarse por su azul cielo, entretejiendo sus telas de araña, luchando contra los villanos, salvando al mundo de esos malditos.
Es Juan, mi chango, y lo va a estar esperando.
©Juan Manuel Aragón
En Yanda, a 24 de octubre del 2022
Muy bueno. Atrapante.
ResponderEliminarMe has enternecido cómo nunca. Cariños a Juancito.
ResponderEliminarEl cómo va sin acento. Google lo puso.
ResponderEliminarQué bueno, y socialmente saludable, que haya chicos que todavía se diviertan con actividad física y cerebral, en vez de mover sus dos pulgares en una consola, poniendo cara de zombies por horas, y dejando que una pantalla haga piruetas en bicicleta, juegue al fútbol, pelee una guerra, o acomode cuadrados que no paran de caer.
ResponderEliminarPienso que ningún personaje de ficción le "coloniza la cabeza a ningún chico", término que parece ser una fijación de los argentinos sobre todo lo que viene de USA. Tampoco el japonés Astroboy nos colonizó la cabeza cuando nosotros éramos chicos.
Jugar disfrazados del hombre araña, mientras se llena el living de imaginaria tela de araña y se camina agarrado de las paredes es la verdadera "realidad virtual" que los chicos usan para desarrollar su mente y su capacidad creativa. Es mucho mejor que ponerse un casco electrónico y agarrar una botonera para que un programa genere las imágenes por ellos, servidas en bandeja y sin que un niño tenga que usar media neurona en el proceso. Eso, y los deportes de aire libre (no de pantalla) es lo que desarrolla personas mentalmente saludarles, que luego buscan trascender por esfuerzo propio y no por que les den todo servido.
Lo de la conquista del oeste es un tema aparte. Las colonias españolas no conquistaban mucho que digamos. Solo se metían donde había riquezas y los indios eran mansos. Esas colonias que luego USA compró, sólo eran reductos portuarios sin mayor avance exploratorio. Fueron colonos americanos los que abrieron paso al oeste, fundando ciudades y sobreponiéndose a los indígenas, como ha sido en toda la historia de la humanidad, y como los mismos indígenas hacian con otros indigenas de la región a los cuales conquistaban y masacraban. Al ejemplo de la actitud de los españoles lo tenemos claro en nuestra propia casa.
Núñez de Prado tuvo que correr la Ciudad de El Barco 2 veces porque los indios cada vez los sacaban zumbando. Hasta que llegaron a Santiago (calor, salitral, mosquitos y bañados) y los indios dijeron "ma' si...dejalos ahí.....que se jodan).
Y nuestra famosa conquista del desierto requirió de todo un ejército perdedor que volvía de la banda oriental, y que como no había con que pagarles los mandaron a limpiar la patagonia de los pocos indios que andaban botyando, a cambio de tierras.
Que los chicos sigan jugando con disfraces, como cuando nosotros nos disfrazàbamos de indios, cowboys y el zorro con disfraces de Baby King. Ninguno de esos personajes nos conquistó el cerebro...al menos debo haber estado muy distraído y divertido que no me di cuenta.
Me encantó, Juan Manuel, y me parece excelente el comentario de Horacio Ibarra.
ResponderEliminarMiy bueno Juan. Imaginativo.
ResponderEliminarCon respecto al largo comentario del Sr Ibarra debo aclarar que las diversas ubicaciónes de la ciudad del Barco obedecieron a disputas de los propios españoles, unos respondían a las autoridades del Perú y otros a la comandancia de Chile.