Fiesta, imagen de archivo |
Los homenajes son una inútil y antievangélica humillación a la que suelen ser sometidos quienes está por mandarse a mudar del todo
Vamos a decirlo de entrada, los homenajes se deben hacer a los muertos, preferiblemente cuando han pasado varios años desde que son fiambres. Homenajear a los vivos es degradarlos, someterlos a una inútil humillación antievangélica.El homenaje es una demostración pública de admiración y respeto, algo que ninguna persona de bien, aceptaría que le hagan mientras está viva. Si todavía anda por este mundo, agasájenlo para su cumpleaños, festejen el día de su santo, invítenlo a cenar, llévenlo de paseo, acompáñenlo al cine o al teatro, compartan buenos momentos en el café. Pero, por favor, no lo hagan pasar por la humillación de homenajearlo, y mucho menos con un “acto cultural”, en el que se juntan unas cuantas viejas a oir los ditirambos que le propinan los admiradores al homenajeado. Tanto se habla de los “homenajes en vida”, que el personaje siente que todo el mundo cree que se está por morir, algo que—obviamente —nadie quiere que le ocurra, al menos en lo inmediato.Además, a veces suele haber un interés oculto: cuando sospechaban que le quedaba poco hilo en el carretel a Carlos Carabajal, lo convidaban a homenajearlo, pero le pedían que lleve la guitarra, a cambio le entregaban un papelito en que constaba el amor y respeto de los homenajeadores. Es decir, se pagaban la actuación de uno de los mejores artistas que ha dado Santiago, con un cartón pintado, muchas veces sin marco, que lo diplomaba de admirado por la gente. Oiga, con los discos que había vendido y los aplausos conseguidos en cientos de fiestas por todo el país, no necesitaba que la peña de “Amigos de la Regla de Tres Simple Unión Fraterna”, lo hiciera adjudicatario de sus palabras vacías.
Con los poetas sucede algo parecido: los llaman para que reciten sus creaciones. Los pintores y escultores son menos homenajeados, no queda bien que se pongan a pintar o forjar figuras con arcilla delante de la gente, es una tarea aburrida. Ni qué decirle de los matemáticos. Imagínese a uno recitando el teorema de Tales o de Pitágoras, mientras escribe en un pizarrón su demostración práctica.
Además, qué quiere que le diga, debe ser molesto ponerse a oir cómo un grupo de gente aplaude a un tipo con un micrófono que está meta hablar bien de uno, como si fuera José de San Martín, Manuel Belgrano.
Vamos a decirlo también, al cristianismo, religión que ha influido en el modo de pensar de los argentinos, no le gusta el propio ditirambo o, para decirlo en palabras más sencillas, prohíbe el autobombo, lo tiene por cosa de fariseos, tipos que se ubican en el primer banco del templo, entregan una moneda y se sienten importantes ante los ojos de Dios.
Suele pasar que cuando la viejita de la casa, abuela o la bisabuela de una familia numerosa, llega a sus últimos días, son los hijos más lejanos, los nietos más desamorados los que pretenden hacerle una gran fiesta, con pitos, flautas, globos, sánguches de miga, torta, serpentinas, guirnaldas, carrozas, la sirena de los bomberos, magos, equilibristas y músicos tocando cumbias. A esa altura de la suaré, la doña sólo quiere tranquilidad, silencio, mirar cómo juegan los nietos, que le pongan la reposera en el patio los días de sol del invierno y que le den su sopita a tiempo.
Nunca falta el hinchapelota que, a toda costa quiere hacerle un homenaje, ya sea para el cumpleaños o para otra fecha. Si los parientes le preguntan a quién invitará, responde: “A mis amigos, a los changos de la barra, a los muchachos del clú”. La viejita, pobre, ya no tiene a quién invitar, porque después de los 90, lo más probable es que los conocidos de toda la vida estén bajo cuatro metros de tierra. Cuando se le acaban los argumentos al pariente jodido, sacará a relucir el famoso “los homenajes se hacen en vida” que, con la fuerza imparable que suelen tener las frases hechas, es posible que haga recular a los demás parientes.
Pero siempre habrá una hija, una nieta que responderá:
—Hacele el homenaje, si quieres, pero en otro lado. Yo la llevo, la pongo en la cabecera y la cuido hasta que todo termine.
—Pero, ¿ustedes no me van a ayudar?
—Vos la quieres homenajear, hacete cargo.
Apueste doble contra sencillo, amigo, a que el homenaje no se hará.
©Juan Manuel Aragón
A 2 de febrero del 2024, en Salavina. Espantando el mosquerío
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