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CUENTO Silencio

Ama de casa

Qué pasa cuando la mujer le pide al marido que proponga un reto, algo a cumplir de a dos y luego acepta lo que el hombre le planteó

Un buen día, a la hora de la merienda, le dice que un matrimonio conocido se había hecho una promesa interesante: “Como un voto de los que hacen los curas”, le explica. Levanta la vista del libro que intenta leer y en vez decirle “ahá”, como siempre, le pregunta de qué se trata. Cuenta que ese matrimonio ha decidido nunca más en la vida llamarse por sus nombres de pila, sino que se iban a tratar de “mi amor”. A todo él le te tenía que responder: “Sí mi amor, no mi amor, pasame la toalla mi amor, me voy con mis amigos mi amor”. Y ella viceversa.
A él le parece una propuesta interesante, pero tiene un inconveniente:
—Si quisiéramos hacer lo mismo, mi amor, el problema es que ya nos tratamos así— le dice. 
Quiere seguir en su libro, pero ella ya tiene toda su atención, como todos los días, y no lo va a soltar hasta dentro de unas horas cuando alguno de los dos deba hacer otra cosa:
— Podríamos hacer un voto de algo, nosotros— larga.
—Sí, pero no se me ocurre nada.
—Vos dices que cuando estás con tus amigos siempre tienes ideas maravillosas, a ver, inventá algo ahora, mi amor, a ver si mejoramos nuestra relación. Algo que sea como un reto, de esos que hacen los chicos por internet.
Y entonces a él le empieza a venir una salida maravillosa, una revelación, una epifanía, un anuncio de tiempos mejores, mastica una idea hermosa que se le acaba de ocurrir. Si ella acepta será como vivir en el Paraíso, tocar el Cielo con las manos, convertirse al fin en un hombre dichoso, pleno.
Rodolfo, el hijo del verdulero de la otra cuadra no ha querido estudiar, eso que el padre le daba todas las facilidades para que fuera, si quería, a la Universidad Católica, pagando una fortuna, el muchacho, fíjate vos, ha preferido ir de capachero a una obra antes que meterse a estudiar ingeniería, abogacía, para contador o algo, dejá de mirar para allá, que te estoy hablando, tiene una hija, más grande, sí, el verdulero, con esa cara de pelotudo ya va por la terecera o cuarta mujer, mirá vos, la hija es del primer matrimonio y es maestra jardinera, pero el marido es un tarambana que cada tanto se le va con otra y la deja sola, pobre mujer, con los tres hijos, todos chiquitos, oíme, mañana te vas a hacer cortar el pelo, que entre la pelada de arriba y las crenchas del costado ya tienes las mechas como indio desplumado.
Al cabo de un rato, le dice:
—Se me ocurrió algo.
—A ver— se entusiasma ella.
—Te propongo algo difícil, un voto de silencio, como los monjes medievales. Deberíamos hablar lo mínimo indispensable.
—Pero, va a ser medio difícil para vos —señala ella —siempre estás preguntándome dónde están tus medias, qué se hizo tu llavero, esas cosas.
—Me la banco— desafía él, seguro de que ella ha pisado el palito.
El que no la pasa nada bien es el señor que el otro día hacía fila en el banco, ¿te acuerdas?, cuando me demoré y vos no sabías dónde andaba, porque adentro no te dejan hablar por teléfono, pobre tipo, tiene la esposa enferma, postrada no sé hace cuántos años, por una csa que le da en las piernas, me la ha dicho, pero no me acuerdo cuál era, y él tiene que hacerse cargo de todo, pobre, lleva los chicos a la escuela, los trae, hace la comida, sale a trabajar, oíme, ¿me estás atendiendo o hablo con la pared yo?, bueno, resulta que últimamente está empezando a salir con una chica que antes la cuidaba a la señora, y yo le he dicho si por qué me contaba esas cosas a mí, una desconocida, pero parece que tenía ganas de descargarse, porque me lo contaba en voz alta, como si no le importara que lo escuchen los demás. Oíme, con esas mechas pareces un hippie, un sabandija, un rockero, las crenchas inmundas como alfombra de vereda, vete al peluquero sí o sí esta semana o desde el lunes duermes en el sillón, en serio te digo, che.
Después contaba a los amigos que estaba pasando por un momento maravilloso de su vida. Para empezar, terminó de leer ese libro que había comenzado hacía seis meses, creía que no lo acababa porque estaba viejo y le fallaba la memoria o los años no lo dejaban prestar atención, Pero después de terminarlo empezó otro y con el tiempo que le sobraba se dio a la tarea de responder con algo más que monosílabos los mensajes en el telefonito de los amigos. Sin que nadie le dijera nada, arregló una por una las sillas del comedor que estaban medio desvencijadas por el uso. Salía con unos conocidos los sábados a la siesta, iban a una confitería cerca de su casa a hablar macanas, recordar tiempos idos, discutir de fútbol. Comenzó un segundo trabajo llevando la contabilidad de dos o tres almacenes del centro. Fue un tiempo feliz, pensaba después.
La otra vez, esta no te he contado, parece que se armó una de coboi en lo de la Teresita, mi compañera de la escuela, ¿te acuerdas?, ¿cómo que no?, es la que tiene el marido futbolista, bueno, contador, pero cuando era chico jugaba en un equipo de tu barrio, bueno, esa, parece que estaban tranquilos, tomando mate o no sé que harían en la casa, cuando de repente llegó el novio de la hija, un muchacho que trabaja en Rentas, tocaba la puerta como un loco y cuando lo atendieron, pedía hablar con la chica, pero a los gritos, al parecer se enteró de que ella estaba saliendo al mismo tiempo con otro muchacho, decí que en ese momento no estaba, porque sacó un cuchillo y la buscaba por todas las habitaciones, para eso la Teresita había hablado por teléfono al novecientos uno, no sé, el teléfono de la Policía, no importa, llegó un patrullero, el muchacho gritaba, los vecinos estaban todos en la puerta, mirando, qué vergüenza, pero vení, ¿dónde vas?, vení que te termine de contar.


Leer más: Placita de las Chismosas, cómo fue que los santiagueños bautizaron un lugar céntrico y después hallaron la excusa para colocarle estatuas

A pesar de no hablar mucho con ella, sino lo indispensable, se llevaban mejor. En tantos años juntos ya se habían dicho lo necesario para saber del otro como si ambos se hubieran frecuentado desde mismo día del nacimiento, se conocían de memoria, se sabían los gustos, las mañas, los olvidos, las atenciones y desatenciones, los motivos de enojo, todo. Conversar solamente lo justo para mantener una buena relación incluso mejoró sus noches de pasión, cuando se encontraban como dos viejos conocidos o dos nuevos desconocidos. También se hizo más fluida la relación con los hijos, que le empezaron a contar asuntos que antes no le avisaban siquiera, prestó más atención a sus problemas, se interesó por las mismas cosas que a ellos les gustaba, halló semejanzas y se maravilló de los distintos que eran unos de otros.
Entre seis meses y un año duró esa felicidad. En ese tiempo, a veces, a la hora del almuerzo o antes de acostarse, pensaba:
—Si mi vida no es la felicidad, rozando le pasa.
Un domingo, mientras desayunaban, ella finalmente habló algo más que las parcas palabras que se dedicaban desde hacía un tiempo:
—Mi amor.
—Dime.
—Estoy podrida.
—De qué.
—Esto, de no hablarnos, se me hace que no ha sido una buena idea.
—A mí me ha parecido muy buena, mi vida.
—Pero yo quiero oírte, quiero que protestes, que me digas que no hallas por ninguna parte los fósforos de la cocina, que te enojas porque pierdes las medias, esas cosas. Quiero tenerte a mi lado, pero no como una cosa inanimada.
—Y qué propones.
—Quiero que seamos como antes, no me gusta cómo sos ahora, una estatua muda y fría. ¿Qué dices?
—Bueno.
No sabes lo que le ha pasado a la Margarita, la hermana de mi amiga, la Rosa, parece que el marido andaba con la concuñada, pero no desde ahora, sino desde hace varios años, ¡uf!, si no te lo contaba iba a reventar, mírame cuando te hablo, che, todos lo sabían en la casa, menos ella, pobre, pero no lo ha echado porque está enfermo de la vesícula y ahora se tiene que hacer operar con el mismo que te operó a vos, tienen la obra social de ella y ella lo amenazó con que si no dejaba con la concuñada no le daría autorización para la operación, no me digas “ahá”, opiná vos también, che, que para algo compartimos todo, pobre Margarita, tanto que se ocupó de él cuando era un don Nadie, para que cuando empezaron a pelechar, él se enredó con la mujer del hermano de ella, Luisito, ¿te acuerdas?, el que puso una fiambrería en…
En ese momento él supo que le costaría terminar “Hispanidad y leyendas negras”, de Antonio Caponetto, que estaba releyendo, se despidió mentalmente de los amigos de los sábados y no le dijo nada, pero pospuso una pintura general de la casa, para lo cual estaba ahorrando plata, así compraba pintura, lija, pinceles, brochas.
La vida le había presentado una última oportunidad y la había aprovechado, pero ya se sabe, nada es eterno.
©Juan Manuel Aragón
Donadeu entrando, a 8 de septiembre del 2023, arreando la majada 

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