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Ilustración nomás |
Un cuento para alegrar el domingo de los amigos que tienen paciencia y entereza para leer estas ocurrencias mal escrititas
Fue un regalo de unos vecinos, de dónde lo habrían sacado, no sabemos. Mi mamá no quiso saber nada, pero, como le insistimos, dejó que lo hiciéramos quedar, siempre y cuando —dijo —esa porquería no venga a ensuciarme la casa, “porque cuando tengo que limpiar nadie me ayuda, todos se hacen los tontos, no pongan esa cara porque saben que es verdad”. Y siguió un rato con el discurso de siempre.Al principio supusimos que era un perro, pero luego nos dimos con que tenía una especie de astitas en la cabeza, pezuñas verdes y un solo ojo en medio de la frente. Como no sabíamos qué era, lo llamamos Bicho que no hay. El nombre se le ocurrió a Ramoncito, por el dicho que circula en las escuelas: “Pareces bicho que no hay y si hay son muy poquitos y muy fieritos, como vos”.Al tiempo vinieron unos gringos en unas camionetas grandes diciendo que eran de la Administración Nacional del Espacio de los Estados Unidos. Buscaban un ser extraterrestre y si bien sospechamos que era el nuestro, ya nos habíamos encariñado, les mentimos que no sabíamos nada:
—Cualquier cosa, si aparece algo así, les avisamos —les dijo mi mamá que, a esa altura de la historia no sabíamos si estaba enterada o se hacía la tonta. Los tipos siguieron tocando el timbre casa por casa y después se mandaron a mudar.
Esa vez mi mamá empezó de nuevo con su historia: “Ese que andan buscando debe ser el animal que crían ustedes, que son capaces de traer cualquier porquería de la calle, porque cuando tengo que limpiar ninguno me ayuda, etcétera, etcétera, etcétera”. De día las pezuñas se le ponían azules y de noche brillaban como si tuvieran lucecitas adentro, con el tiempo le fueron creciendo más y más las astitas y por eso le poníamos guantes de lana para que parezca que tenía orejas grandes. Visto así, de lejos, parecía un perro faldero de vieja solterona.
Todo bien, ¿no? hasta que un buen día llegó un plato volador del que bajaron unos monstruos verdes que, sin saludar ni decir buenos días, buenas tardes, buenas noches, metieron adentro de su nave a nuestra mascota. Después se fueron.
No sabemos dónde lo llevaron. Ni qué habría hecho, porque en una de esas era un delincuente de otra galaxia, vaya uno a saber.
Al tiempo se nos ocurrió inventarle una constelación. Es muy bonita, viera, la del medio de las Tres Marías viene a ser el ojo. Las patitas y el resto del cuerpo son otras estrellas que no sabemos cómo se llamarán.
Algunas noches nos acostamos en la terraza para mirar el Cielo. Desde ahí pareciera que nos mira fijo. Entonces alguno dice:
—Parece bicho que no hay —y nos reímos.
A las carcajadas.
Juan Manuel Aragón
A 16 de marzo del 2025, en Vitiaca. Arreando las cabras.
Ramírez de Velasco®
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