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CUENTO Baldosa floja

Policías de otro país

Narración sin moraleja


Un señor va caminando por la calle. De repente pisa una baldosa floja. Exclama:
—¡La puta que lo parió, qué país de mierda!
Con tanta mala suerte que lo oye un agente de policía de los de antes, que andaba cerca. Le pregunta:
—¿Cómo ha dicho señor?
—Que este es un país de mierda, en cualquier parte uno se llena los zapatos de agua sucia o se mancha la media.
—¡Vamos, preso, dese vuelta así le pongo las esposas!
—¿Por qué?, ¿qué he hecho?
—Usted acaba de tener una expresión injuriosa en contra de la nacionalidad argentina. ¡Vamos!, ¡marche preso!
Al rato llegan a la comisaría. El agente lo presenta ante el comisario:
—Traigo preso a este ciudadano. Andaba en la calle Tal y, porque ha pisado una baldosa floja, ha injuriado con palabras soeces la nacionalidad argentina.
El comisario interroga al preso.
—Así que usted es uno de esos picaritos que andan insultando a los argentinos por cosas tan insignificantes como una baldosa floja.
El otro se queda callado. Y el comisario empieza a preguntar:
—¿Nombre?
—Fulano de Tal.
—¿Edad?
—55 años.
—¿Profesión?
—Abogado.
—¿A qué se dedica?
—Soy senador nacional— dice. Y pela una identificación. Efectivamente, es senador nacional.
El comisario se queda callado un instante. Y reacciona.
—Pero, ¡disculpe, señor Senador!, esto ha sido fruto de una lamentable confusión. ¡Agente!, usted vaya preso al calabozo. ¡Faltaba más!, cómo va a confundir a un representante del pueblo con un ciudadano común y corriente.
Se levanta, le saca las esposas al Senador y sigue deshaciéndose en zalamerías.
—Le vamos a poner un patrullero a su disposición para llevarlo donde quiera así no anda por ahí, de a pie, renegando con baldosas, por favor.
—Bueno, ¿ya me puedo ir?
—Sí, por supuesto.
—Pero, antes quisiera pedirle un favor: ¿puedo ver al agente que me trajo aquí?
—Sí, cómo no. González, acompañe al señor hasta la celda donde está preso el agente.
El otro estaba hirviendo de rabia en una celda inmunda.
El Senador llega, lo encara y le dice:
—¿Ha visto que yo tenía razón?
©Juan Manuel Aragón

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