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OPINIÓN Callarse es refrescante

Las multitudes salen a la calle en verano, al menos en Santiago

El silencio es tan saludable como el agua porque en Santiago lo más sabio no es quejarse del calor sino aprender a ignorarlo

Todos los años, al llegar este tiempo, por todos los medios empiezan a circular los consejos para protegerse del calor. Le dirán que hay que vestirse con ropa clara y liviana, evitar las salidas a la siesta, tomar mucha agua, ponerse protector solar, calzarse sombrero, evitar actividades intensas, usar ventilador o aire acondicionado, comer ligero y ducharse con agua fresca. Y tendrán razón. También quienes le sugieran evitar las bebidas alcohólicas, cerrar las cortinas, bajar las persianas, meterse en la Pelopincho —de ser posible a la sombra— y tantas recomendaciones que dan las madres y las abuelas. Pero hay un consejo que, sobre todo en Santiago, nadie le dará: el del silencio como actividad saludable. Sí, amigo: en este caso, el silencio es salud.
¿Cómo es eso? Bueno, ahí va.
Este verano en Santiago hará mucho calor, como todos los años anteriores. A esta altura de la vida en la provincia, nadie se sorprenderá por la llegada de las famosas “olas”, de varias semanas seguidas con días y noches en que el termómetro marcará siempre arriba de 32 grados de temperatura mínima y hasta 45 de máxima. Es lo que hay.
Aquí viene lo bueno. La moda que se está imponiendo últimamente es evitar las conversaciones sobre el calor: esquivarlas, eludirlas, gambetearlas. Ya se sabe que hace calor, doña; ya se sabe cuánto hizo de temperatura ayer, porque lo dijeron: a) el Servicio Meteorológico; b) la televisión; c) el diario; d) la radio; e) la alerta del celular; f) la mujer, los hijos, la suegra, el suegro, los cuñados, la nuera y el yerno; g) el chofer del colectivo o del Uber, los compañeros de trabajo, el mozo del bar; h) etcétera. Pero, ¿no puede cambiar de conversación? ¿Tiene que ser el único tema con todo cristiano que se cruce por delante?
Para muchos es un ritual: “Hola, qué calor, ayer ha llegado a 42 grados”. Y sí, doña, ya se sabe, ¿para qué repite lo obvio? En todo caso, ¿por qué no dice: “El sol salió por el naciente” o “Es viernes porque ayer fue jueves”? Sería igual de útil y mucho más gracioso.
Un detallecito más. Suponga que va caminando y le faltan diez cuadras para llegar; tiene una piedrita en el zapato y sufre porque hasta que no llegue no tiene cómo sacársela. De repente se topa con un gran amigo, o la chica que le gusta, o alguien agradable que va al mismo lugar. ¿No le pasa que, al menos mientras dura la compañía, se olvida de la piedrita? Sí, ¿qué no? Lo mismo cabe hacer con el calor: ignórelo, ocupe su tiempo con lo que tiene que hacer, piense en otra cosa, no comente algo que es tan común como decir que ayer el agua también estuvo húmeda y que es posible que hoy también.
Usted vive en Santiago, por si fuera poco. Bueno, acostúmbrese: aquí el calor es normal. Lo raro sería que llueva nieve o caiga una helada en enero; ese sí que sería un comentario obligado. Capaz que sale en todos los diarios del mundo y vengan meteorólogos a investigar qué ha sucedido. Que en verano haga calor en verano es una noticia tan obvia que deja de serlo.
Pero si no le gusta, dicen que durante el verano Tierra del Fuego es un lugar con un clima muy agradable, igual que Alaska, Siberia o Noruega. Nada le impide radicarse ahí y reírse de los lugareños porque andan sudando y quejándose cuando el termómetro marca 25 grados. Allá podrá ser feliz, doña, y hasta presumir de lo bien que tolera el frío.
Además, es de muy mal gusto, de verdad. Es muy chocante, muy guarango andar comentando el calor, apantallándose con un cartón, poniendo cara de sufrido, repitiendo lo mismo que vecina chusma de barrio: “¿Has visto cuánto ha hecho ayer?”
En serio. Hablemos de otra cosa: de política, de fútbol, de suegras, del tango “La vida me engañó”, si quiere. Pero, del calor, ¿para qué?
Juan Manuel Aragón
A 19 de septiembre del 2025, en la Sáenz Peña y Aguirre. Pelando un chancho.
Ramírez de Velasco®

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