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Mostrando las entradas etiquetadas como Siesta

COSTUMBRES Maravillosa provincianía de la siesta

Siesta, de Michael Thompson Su nombre llega desde que los romanos dividían el tiempo en doce horas diurnas, al ser el mediodía era la hora sexta Los romanos dividían el tiempo diurno en doce horas, por lo que la hora sexta era el mediodía, la hora del máximo calor. También en las horas canónicas la sexta hora era el mediodía y llegaba después de maitines, laúdes, prima, tercia; después de la hora sexta venía la nona, luego era vísperas y al final completas. Por lo tanto, la siesta es una voz que el castellano ha exportado con mucho éxito a diversos idiomas, empleándose incluso en inglés. Es curioso cómo la letra ´equis´, en algunos casos se convierte en ´ese´, al menos en el español. De la hora sexta se pasó a siesta, de la misma forma que de mixto nació mistol, una planta que los españoles creían que era una cruza o mixtura de quebracho blanco y colorado. Otro día se podría hablar del raro fenómeno que provoca que algunos le digan “mishtol”, quichuizando un vocablo de una manera que s

DÍAS Las horas en detalle

Dionisos, en el parque Aguirre, al mediodía Hace unos años publiqué en otro sitio una descripción de las horas del día; hoy van todas juntas, esperando aburrir a mis pocos seguidores con tanta lectura La madrugada Buenos días, usted me conoce, soy la Señora Madrugada, que siempre vuelve por sus fueros, llueva o truene, haga frío o calor. Con mi compañero Viene Clareando somos los verdaderos padres de esa criatura que llaman Día. También soy la esperanza de los moribundos, que saben que apenas yo pase por sus camas, habrán conseguido otro día para continuar, soy la inspiración de los artistas, que justo a la hora que creen que se van a dormir, les llevo las musas para decirles pintá esto, escribí aquello, agregá un personaje, sacá una estrofa, corregí ese verbo. Todos los días, sin falta, me repito en el planeta y en otros mundos también. Soy yo misma dondequiera que me nombren en el idioma que sea, en todas partes me siguen aguaitando, porque saben que seré semejante tal vez, parecida

SANTUARIO La última sandía

Sandías modernas Fue la última vez que estuvimos todos, cerca de un calicanto celeste con un cielo verde de paraísos a la vuelta Aquella vez fue la última que comimos una sandía todos juntos, detrás de las cañas huecas, el santuario de la mesa blanca y redonda de la que eternamente colgaba un abridor de cocacolas. Estaba terminando de marchitarse la abuela, queríamos verla fuerte y linda como había sido siempre, pero sabíamos que eso no era posible. Esa última vez agarró una pala para abrir una canaleta que llevara agua hasta las plantas más allá de la pileta de lavar, hizo unos centímetros y un nieto se la quitó, igual quedó feliz: “Todavía estoy fuerte”, dijo. Queríamos creerle y, por supuesto le creímos. Era una siesta como tantas otras, ¿ha visto?, el calor apretaba, pero en casa no hablábamos de esas cosas, no pregunte por qué, porque no lo sé. O sí lo sé, mi padre decía que lo que no se nombra no existe, por eso no andábamos todo el día quejándonos de la temperatura. Era una sand

CHIQUILLADA El Káiser

Imagen de archivo Cómo cazar un duendecito de la siesta, qué ponerle de cebo, dónde llevarlo una vez que se lo pilló: detalles en este relato De agosto a diciembre, antes de las lluvias, sabían formarse remolinos en los cercos resecos del pago. Ese año el abuelo nos contó que a la siesta salía un duendecito muy pequeño y muy pícaro, negrito y fierito, que le gustaba burlarse de la gente. Decía que era del tamaño de un puño nuestro y también muy rápido. —¿Podemos trampear uno?— le preguntamos. —Pueden, pero es muy difícil que lo pillen. —¿Qué le gusta comer? —Dulce de batata. —¿Con queso? —No, sólo. Con Eufemiano, mi hermano, nos dimos a la tarea de construir una trampa para el duendecito que vivía en los remolinos de la siesta de la siempre polvorienta y reseca primavera santiagueña. La de las urpilas no iba a servir, demasiado livianita, además si era pícaro saldría por debajo. Si le poníamos un frasco con pesas encima, en una de esas se ahogaba y se moría y no queríamos matarlo sino

SANTIAGO Nadie durmió la siesta

El cabo Paz Por Alfredo Peláez Desde siempre, nadie sabe decir exactamente hace cuánto tiempo, cada santiagueño duerme religiosamente su siesta para descansar después del almuerzo. No sabe por qué, pero la siesta es algo que se ha hecho sistemático al modo de ser del santiagueño, está incorporado a su modus vivendi. Por decreto se dispuso, si es santiagueño se hace siesta. Pero hace 88 años, un día nadie durmió la siesta en Santiago del Estero. Un desprevenido seguramente dirá: "Algo malo tiene que haber pasado". Fue un 9 de enero de 1935. Hacía un calor insoportable, como 50 grados a la sombra o más. Ese día nadie durmió la siesta. Toda la gente estaba en la calle desde la mañana. El epicentro era el Regimiento 18 de Infantería. El hecho en cuestión fue el fusilamiento del cabo del Ejército Luis Leónidas Paz, pena que le impuso un Consejo de Guerra porque Paz mató a su superior, el mayor Carlos Sabella. La condena a muerte generó protestas en todo el país y en especial en Sa

SIESTA El duende verde come chicos

Plena siesta "Soy una sombrita color aceituna verde que te quiero verde, pasando a ciento veinte kilómetros por hora entre la casa y el galpón antes del calicanto" Soy el duende verde de la siesta, el que sale a espantar chicos en el campo, los pueblos y las ciudades del norte. Los padres me tienen en alta estima, aunque también a ellos alguna vez les metí miedo con los cuentos de mis repentinas apariciones, desapariciones, sustos, encuentros y desencuentros pasados. Soy el que hace el ruidito ensordecedor, misterio en medio de las tres de la tarde, cuando el sol reverbera en el patio, espantando hasta la sufrida acatanca, haciendo huir las hormigas coloradas y acezar el ramalazo relampagueante del vertiginoso ututu. El resto del día ando escondido en medio de los ancochis, metido en la pirhua, zambullido en la parva de pasto ruso que juntaron los hombres en el verano, para tener qué dar de comer a los animales cuando llegue la próxima primavera o en lo profundo del bosque, d

HISTORIA NATURAL Bicho verde y movedizo

Lagartija verde “Fueron milenios en los que hubo avances y retrocesos en el primer fin del mundo después de Pangea” Siempre fui así, movedizo, nerviosito, en un momento estaba en un lugar y al siguiente había desaparecido, ráfaga verde perdiéndome entre los verdes matorrales que suelen regalar las ardientes siestas de verano a Santiago del Estero. Estoy aquí desde antes de los españoles, antes que los indios y mucho antes de los grandes quirquinchos con colas pinchudas que corrían libres por estos andurriales. Andaba dando vueltas por el mundo cuando también lo habitaban los inmensos dinosaurios, especies desaparecidas de la faz de la Tierra, no por un supuesto meteorito o dos, sino porque así estaba dado. Eran tantos los herbívoros y tan feroces los carnívoros, que primero los unos terminaron todo el pasto disponible y después los que quedaban se comieron los unos a los otros. Bueno, no fue tan así, pero en resumidas cuentas y para no entrar en detalles, tomemos como que sí. No fue

EFEMÉRIDES SANTIAGUEÑAS del 29 de enero

Juan Felipe Ibarra En 1827 Manuel de Tezanos Pinto, enviado por Rivadavia, pretende que Felipe Ibarra acepte la Constitución unitaria El 29 de enero de 1827 Manuel de Tezanos Pintos le propone a Juan Felipe Ibarra aceptar la Constitución sancionada bajo la presidencia de Bernardino Rivadavia. Qué pasó. Santiago había enviado representantes al Congreso que se reunió en Buenos Aires en 1824, a Pedro Francisco Carol, Félix Ignacio Frías y los sacerdotes Pedro León Díaz Gallo y Manuel Vicente Mena. En febrero de 1826, el Congreso puso de presidente a Bernardino Rivadavia y sancionó una ley que hacía que Buenos Aires fuera la capital de la nación. En noviembre se duplicaron os representantes de las provincias y por Santiago se sumaron Juan Antonio Neirot, Antonio María Taboada, José Francisco Ugarteche y Manuel Dorrego, que se había reunido con Ibarra. En un Congreso de mayoría unitaria, bueno era tenerlo de diputado a Dorrego, federal de pura cepa. Como es sabido, se sancionó una constituc