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ESPERANZA Las horas del día

Amanece en la costanera nueva, no es poco

Cada jornada trae en sí misma la definición de su propio ser y marca con sus características, la personalidad de quienes la viven

Un nudo a desatar
Madrugada
Buenos días, usted me conoce, soy la señora Madrugada, que siempre vuelve por sus fueros, llueva o truene, haga frío o calor. Con mi compañero Viene Clareando somos los verdaderos padres de esa criatura que llaman Día.
Soy la esperanza de los moribundos, pues saben que apenas pase por sus camas, habrán conseguido otro día para continuar, soy la inspiración de los artistas, que justo a la hora que creen que se van a dormir, les llevo las musas para decirles pintá esto, escribí aquello, agregá un personaje, sacá una estrofa, cuidado con las comas.
Todos los días, sin falta, me repito en el planeta y en otros mundos también. Soy yo misma dondequiera que me nombren en el idioma que sea, en todas partes me siguen aguaitando, porque saben que seré semejante tal vez, parecida quizás, casi igual si le gusta, pero siempre distinta, siempre despareja, siempre incomprensiblemente optimista.
Llego a la vida de todos los días cuando más negra es la desesperanza, cuando más atravesados son los vientos del destino, cuando la sombra de las estrellas ausentes es más profunda y oscura. Traigo la alegría de saber que un rato nomás ha apuntar el día y la cerrazón de la noche en vela terminará con un canto de pájaros en la ventana.
No me ofende que algunos le entonen versos a la Luna que ocasionalmente me acompaña, o al sol que brilla cuando me he marchado, sé que muchos me tienen a menos porque siempre ha de ser lo mismo y nunca dejaré de repetirme como un Rosario de cuentas eternas.
Como todo en este mundo, también tuve una primera vez justo al día siguiente del “Fiat lux”, como quedó escrito en los Libros Sagrados y alguna otra vez será la última, después de la cual ya no habrá nada. Y ni siquiera la nada existirá.
Soy amiga de los que tienen ilusiones, de los que creen que para cada nudo alguien tiene la paciencia de desatarlo, de los que saben que en alguna parte del ancho mar que es este mundo hay una tabla de la que agarrarse cuando el barco de las viejas quimeras fue hundido por las olas de la realidad.
Si tu Ángel Guardián ha perdido el rumbo, si te han abandonado en medio del camino, si ya ni en Dios crees, esperame que he de regresar.
Inexorablemente.

El tiempo de la familia
Mediodía

Si bien me llaman por mi verdadero nombre, Mediodía, por cuestiones burocráticas me han corrido sesenta minutos para atrás y la gente me suele festejar después de la una de la tarde. Soy el del almuerzo, la mesa tendida y los olores a cebolla frita inundando los barrios de Santiago, desde el 8 de Abril al Vinalar, del Aeropuerto al Siglo XXI. Y toda la Argentina y más allá también, qué tanto.
Dicen que en otros países el almuerzo es un sanguchito, palo y a la bolsa. Los que saben afirman que es una manera más racional de comer: desayuno fuerte, almuerzo livianón, merienda opípara y cena frugal, cosa de no acostarse con el estómago lleno. Todo lo que quiera, pero aquí estamos acostumbrados a un mediodía con ruidos de cuchillos cortando los pedazos grandes de carne de vaca, sopa con ripio, conversación con los hijos, el vino de la algarabía y un pan siempre crujiente que nunca debería faltar en la mesa de nadie.
Quién te ha visto y quién te vería, amigo, despertándote a las cinco de la mañana para cocinarte huevos fritos con tocino, acompañados de café y jugo de naranja. ¿Y el matecocido?, ¿las tostadas?, ¿el mate en bombilla?, ¿el desayuno en la oficina con pan criollo del mercado?
Reminiscencias de tiempos idos, cuando un forastero llega a una casa le preguntan “¿se va a quedar a hacer las doce?”, una manera, como cualquier otra de averiguar si habrá que poner un puñado más de arroz en el guiso así alcanza para todos.
En las provincias soy el tiempo de la familia, cuando el padre en una cabecera y la santa madre en la otra, apelan a las reglas de urbanidad para enseñar a los hijos a comportarse en la vida, a no poner los codos en la mesa, masticar despacio y con la boca cerrada y tomar agua sin hacer ruido. Soy el tiempo de la conversación en familia, del agasajo con la mejor presa del pollo a quien se ama, para mí la rabadilla, del por favor pasame el salero y de las primeras reglas de convivencia, el que corta paga, el que pone la mesa no la levanta y esperen que termine de comer la mamá para pedir otro plato, brutos, así no come fría la carne al horno. ¿No pueden esperar un cachito, che?

Corazón retumbante
Siesta

Llego con el sopor de la postrera hora del almuerzo, después de la algarabía de las pastas, el guiso, el asado, las torrejas, el pan francés, el agua y el vino que dan sentido a la familia alrededor de la mesa del comedor, mantel de hule sacudido y migas de pan rumbo al gallinero. Llevo por nombre Siesta y soy despreciada como peste en las grandes ciudades. Sin embargo, los que me han llegado a conocer se enamoraron de mí, tanto, que no ven la hora de que llegue el sábado, el domingo o las vacaciones para sumergirse en mis brazos y entrar a una quimera, interrupción del día, paréntesis de la jornada, entre guiones que permite lavarse la cara y seguir después hablando de lo mismo. Como si nada.
Soy costumbre provinciana, enemiga del famoso horario corrido que es una bruta jornada de trabajo de 9 a 5 de la tarde, que antes y después no permite otra cosa que tomar el tren para llegar destruido a la casa.
Diga, ¿qué otra cosa se puede hacer en un pueblo chico con 45 grados de vapor pegando en el paraíso de la puerta de la casa, más que dormir un rato?, ¿qué va a hacer el industrioso hombre de ciudad a esa hora, cuando todos están sumidos en el letargo de los brazos de Morfeo?, ¿con quién va a conversar?, ¿qué va a vender? Abandone toda actividad para más tarde, que no es pecado dejar para mañana lo que se puede hacer hoy, tranque la puerta, baje las persianas, llame a la patrona, prenda el ventilador a todo lo que da y entreguesé sin pudor, sin recato y sin vergüenza a tomar una buena, querida y nunca bien ponderada siesta, como las de antes, de camisón y Padrenuestro.
La tarde traerá la calma. El cuerpo descansado aguantará hasta entrada la noche, sentado en la vereda, aplaudiendo mosquitos, hablando de cosas de antes con los vecinos, atisbando las nuevas costumbres que a todos traen espantados, comentando lo caras que están las cosas, lo que piden por un kilo de blando, ¡oiga! Adonde vamos a ir a parar, se quejarán las vecinas.
Yo soy la que atenúa las pasiones y endulza las miradas de los hombres buenos que viven en los pueblos alejados de la capital, pero siempre cercanos al corazón retumbante de la Patria.

El Sol acostándose
Oración

Algunas horas se manejan con las indecisiones propias de la vida, que no es ni blanca ni negra sino gris, como todos saben. Me dicen la Oración y navego entre el mate de la tarde y la hora de cenar. Voy enancada con la diáfana claridad de las cinco de la tarde y no me decido a ser tuta-tuta, como llaman los quichuistas a la primera oscuridad negra y profunda de la noche.
A la hora en que llego, antiguamente los hombres estaban de vuelta en sus casas, ya habían hecho sus abluciones de la tarde y rezaban un Rosario dando gracias por haber pasado otro día. De ahí mi nombre. Y por eso también se suelen hacer algunas precisiones como “oración cerrada”, que es casi el final de mi instante de gloria o “la oracioncita” que quizás se refiera al empiezo.
Soy el Sol en el Poniente, escondiéndose detrás de un cerro o tal vez acostándose en el cerco sembrado con maíz y anco. Soy la esperanza de los amantes que aguardan que caigan las sombras de las tinieblas para planear sus eternos enjuagues afectuosos. Soy también el miedo a otras largas noches esperando a mi pariente la Madrugada, que renacer las esperanzas cuando llega la alborada del nuevo día y cantan alegres los gallos de la mañana.
En las grandes ciudades siempre ilustradas pero incultas, quizás por falta de instrucción religiosa, me llaman con el burocrático nombre de Tarde—Noche, una contradicción en sí mismo, ya que la tarde no es la noche y la noche no será nunca una tarde. Usado el término como spíker porteño, suena a Tardenoche, como si fuera una sola palabra que marca un límite, que por su esencia es impreciso, lábil, sin determinación.
A la hora que llego a las casas, los cristianos se dan cuenta de que lo que no hicieron ese día deberán dejarlo para mañana o condenarse a trabajar en la oscuridad de la duermevela, con la solitaria y silenciosa compañía de los fantasmas siempre presentes en los hogares, jugando a las escondidas cuando todos sueñan con los angelitos.
Por eso quizás los antiguos rezaban a esta hora, antes de encender las velas o prender la lámpara. Tal vez no fuera más que un agradecimiento, extendiendo las manos para que el día de mañana repitiera en los corazones los colores de hoy, corregidos y aumentados.

Suerte de los que saben moverse
Noche

No tengo otro nombre que Noche, soy tiniebla de atracción mutua de hombres que se enancan a la vida para buscar las fronteras de su corazón. En mi casa lo increíble se vuelve cierto, se borran las sombras siempre equívocas del bien y del mal, la moral es un concepto difuso y por el recuerdo de un amor pasado todas las mujeres que transitan sus calles, son ella y a la vez son la primera mujer del hombre sobre la Tierra. Y es ninguna. Por mi tiempo transita la particular filosofía de los lugares comunes de la calle y el trago espirituoso de los que buscan sacarle a la vida un jugo que quizás no exista, porque se ha secado en su propio corazón.
Voy con mi fiel compañera, la Luna, que enciende con su blancura el peso de mi oscura soledad y por los orificios de esa carpa inmensa en que se convierte el Cielo, se cuela la luz del día en forma de estrellas, recuerdo de la otra vida de los hombres buenos que van de la casa al trabajo y del trabajo a la casa.
Miente quien dice que me conoce porque soy la caja de Pandora de Dios para que los hombres se sorprendan el día siguiente, porque mirá vos, esas cosas no sólo habían sabido pasar en las películas sino aquí a la vuelta, a la luz de un farol como quién dice.
Cuando pasan cierta edad los hombres prefieren alejarse de mí y buscan el patrocinio de la casa, los hijos, la mujer, las gallinas del vecino cantándole al alba Y recuerdan el amparo en que me visitaban, escudriñando su propio ser en el afuera, suponiendo que con frecuentarme se harían más hombres, más conocedores de los secretos que guarda la existencia entre sus pliegues misteriosos.
También existo para los desvelados, las guardias, las estaciones de servicio, los hospitales, el móvil de la policía, la duermevela de carceleros y presos, el insomne impenitente que a las dos de la mañana decide que ya es suficiente y se levanta a tomar agua otra vez. Pero es otra cosa, el día en contra turno. Yo soy la de los que andan tunanteando, de quienes buscan en los ojos de una mujer ese golpe de suerte que los hará inmortales. Y por ahí, quién le dice la pegan.
La noche trae suerte, pero sólo a los que saben moverse entre sus espantos.
Juan Manuel Aragón
A 30 de enero del 2025, en el Esquinero del Guapo. Cazando urpilas.
Ramírez de Velasco®

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