Quería tocarla |
Crónica del aislamiento V
Agarré la bicicleta como quien salir a comprar frutas, pero en vez de encarar para la verdulería me mandé para su casa. Quería verla, tocarla, hacerle sentir lo mucho que la extraño. En el camino a su casa me paró la policía. Mostré la bolsa que llevaba, como si fuera un escudo protector.
Sabía del riesgo, pero uno es joven y la sangre le hierve en las venas con una fuerza que es imposible ignorar. Todos dicen lo mismo, violar la cuarentena es peligroso, sobre todo cuando hay una relación esporádica con otra persona. Antes de esto, nos veíamos de vez en cuando, si el novio andaba de viaje o se peleaban. Hablábamos mucho por teléfono, me contaba cosas de su vida, llegamos a conocernos bien. No sé por qué nunca pensamos que podía pasar algo más.
Cuando llegó el aislamiento, después de varios repasos mentales, era la única opción de tener un momento de solaz y esparcimiento, entre tanto aburrimiento, televisión y engorde obligatorio.
Arreglamos para que la visite el martes. Me avisó que esperaría vestida con una traba en el cabello y me quise enloquecer. Las horas no pasaban, como si el tiempo se hubiera frenado de golpe. A las 11 inflé las gomas de la bicicleta y enfilé para su barrio.
“¿Va a comprar fruta a las 11 de la noche y quiere que le crea?”, se burló casi un policía.
Me trataron bien en la seccional.
Agustín, del barrio Industria. Santiago del Estero.
Arreglamos para que la visite el martes. Me avisó que esperaría vestida con una traba en el cabello y me quise enloquecer. Las horas no pasaban, como si el tiempo se hubiera frenado de golpe. A las 11 inflé las gomas de la bicicleta y enfilé para su barrio.
“¿Va a comprar fruta a las 11 de la noche y quiere que le crea?”, se burló casi un policía.
Me trataron bien en la seccional.
Agustín, del barrio Industria. Santiago del Estero.
©Juan Manuel Aragón
Comentarios
Publicar un comentario