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Mostrando las entradas etiquetadas como Sandía

SANTUARIO La última sandía

Sandías modernas Fue la última vez que estuvimos todos, cerca de un calicanto celeste con un cielo verde de paraísos a la vuelta Aquella vez fue la última que comimos una sandía todos juntos, detrás de las cañas huecas, el santuario de la mesa blanca y redonda de la que eternamente colgaba un abridor de cocacolas. Estaba terminando de marchitarse la abuela, queríamos verla fuerte y linda como había sido siempre, pero sabíamos que eso no era posible. Esa última vez agarró una pala para abrir una canaleta que llevara agua hasta las plantas más allá de la pileta de lavar, hizo unos centímetros y un nieto se la quitó, igual quedó feliz: “Todavía estoy fuerte”, dijo. Queríamos creerle y, por supuesto le creímos. Era una siesta como tantas otras, ¿ha visto?, el calor apretaba, pero en casa no hablábamos de esas cosas, no pregunte por qué, porque no lo sé. O sí lo sé, mi padre decía que lo que no se nombra no existe, por eso no andábamos todo el día quejándonos de la temperatura. Era una sand

RELATO Maíz para la chancha

Un veneno fatal Los paisanos no toman vino con sandía ni comen lechón con cerveza, quien lo haga morirá envenenado como sucedió a varios En el pago saben que el vino con sandía es mortal para el cristiano, lo mismo que el lechón con cerveza. Para las fiestas de fin de año se comprueba esa gran verdad en carne propia, no solamente merma un poco la venta de cerveza, porque quién más, quién menos, todos tienen un lechoncito cebado para comer sino porque vuelta a vuelta alguno se descuida, hace el desarreglo fatal y finalmente se muere. Así le pasó al finado Antonio Palma, que le decían Bandeja de Mozo, porque solo servía para el vaso. Un día lo hallaron muerto en su casa, en la mesa estaba la cáscara de una sandía que había comido entera y una botella de Toro hasta la mitad. Lo mismo pasó con otros, aunque no crea. Un año vino Jorgito, el sobrino de doña Atanasia, que siempre había vivido en la ciudad, a decir que eran macanas, cómo íbamos a andar creyendo en puras tonteras. Esa siesta, e