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La oficina |
“Su mujer no le creyó lo del colectivo y luego se ofendió porque siempre se enteraba a última hora”
Salió de casa dos minutos después de la hora habitual porque no encontraba las malditas medias en el cajón superior de la cómoda. Corrió a la parada, pero el colectivo ya se alejaba. Hizo señas desesperadas, agitando los brazos como náufrago, pero el chofer no lo vio o no quiso verlo, qué más daba.
Llegó tarde al trabajo, y para colmo, el jefe estaba de un humor negro como el café de la máquina. Lo recibió con un sermón, levantando el dedo índice como un profeta de oficina: “El verdadero innovador…”, y empezó a recitar las frases de Steve Jobs que todos tenían hasta la coronilla. Nadie lo iba a detener hasta que soltara la última del repertorio del difunto genio. Luego, la sentencia: “Si no quieres perder el presentismo, te quedas laburando hasta tarde”. Lo miró con odio, bajó la cabeza y pensó: ¿Qué más me va a arruinar el día?A media mañana, rumbo al baño, lo interceptó Sonia, la de Tesorería, en un pasillo desierto. Sin preámbulos, le anunció que lo dejaba, que ese amor clandestino no iba más. “No aguanto ser la número dos”, le soltó. Era soltera, decía, y merecía un novio normal: salir a comer en lugares públicos, caminar de la mano por la calle, ir al cine, visitar a su familia. Él, aturdido, bajó la voz y propuso hablarlo después del trabajo, en el lugar de siempre. “Estúpido, ¿no te das cuenta de que te estoy dejando?”, replicó ella, giró sobre sus talones y se fue. Supo que hablaba en serio.
Al mediodía llamó a casa para avisar que no iría a almorzar, que debía quedarse hasta tarde para recuperar el tiempo perdido. Su mujer no le creyó lo del colectivo y luego se ofendió porque siempre se enteraba a última hora. “Esta noche comerás guiso recalentado”, le advirtió, cortante.
Tenía los nervios a flor de piel, a punto de estallar. Alguien dijo eso de “no hay dos sin tres”, y él ya llevaba la cuenta. Una: llegar tarde por perder el colectivo y quedarse corrigiendo planillas hasta la noche. Dos: al mediodía, Sonia lo miró con ojos tan fríos que podrían haber congelado un cajón de cerveza.
Volvió a casa colgado en el Chumillero, agotado. Ese día, pensó, nada peor podía pasarle. Entró, encontró la mesa tendida, y su mujer lo esperaba con una sonrisa inesperada. “Hoy comemos pizza”, anunció. Estuvo a punto de preguntar qué pasó con el guiso, pero entonces la vio: la suegra, sentada en el living, con esa cara de juez del Crimen que siempre lo ponía nervioso.
Tres.
Juan Manuel Aragón
A 6 de marzo del 2025, en Los Cardozo. Resolviendo un crucigrama.
Ramírez de Velasco®
Al mediodía llamó a casa para avisar que no iría a almorzar, que debía quedarse hasta tarde para recuperar el tiempo perdido. Su mujer no le creyó lo del colectivo y luego se ofendió porque siempre se enteraba a última hora. “Esta noche comerás guiso recalentado”, le advirtió, cortante.
Tenía los nervios a flor de piel, a punto de estallar. Alguien dijo eso de “no hay dos sin tres”, y él ya llevaba la cuenta. Una: llegar tarde por perder el colectivo y quedarse corrigiendo planillas hasta la noche. Dos: al mediodía, Sonia lo miró con ojos tan fríos que podrían haber congelado un cajón de cerveza.
Volvió a casa colgado en el Chumillero, agotado. Ese día, pensó, nada peor podía pasarle. Entró, encontró la mesa tendida, y su mujer lo esperaba con una sonrisa inesperada. “Hoy comemos pizza”, anunció. Estuvo a punto de preguntar qué pasó con el guiso, pero entonces la vio: la suegra, sentada en el living, con esa cara de juez del Crimen que siempre lo ponía nervioso.
Tres.
Juan Manuel Aragón
A 6 de marzo del 2025, en Los Cardozo. Resolviendo un crucigrama.
Ramírez de Velasco®
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