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Mostrando las entradas etiquetadas como Teléfonos

TIEMPOS La tía Chicha era Amira Concepción

Una pareja (archivo) Un breve —y leve— repaso sobre la manera de encarar las relaciones en un mundo que parece de hace dos siglos y fue solamente anteayer —¿Te acuerdas cómo se llamaba la tía Chicha? —No, pero ya mismo le pregunto a Pablito, el hijo. —¿El que vive en Noruega? —Ahá. —¿Ha vuelto? —No, le consulto por WhastApp. Menos de dos minutos después la duda está saldada. Se llamaba Amira Concepción, pongalé. Con los teléfonos el mundo vive al instante, no hay un minuto que perder. A qué buscar una palabra, una definición, una fecha, un dato en el diccionario, en la enciclopedia, en un libro. El aparatito tiene toda la información adentro, sin necesidad de ir a la biblioteca. Un amigo dice que antes, cuando se armaban las discusiones de borrachos en los asados, ante una duda, por dar un caso, afirmaba categóricamente: —Los cosacos no son originarios de Rusia. Si alguno decía que no era cierto, lo desafiaba: —¡Ya mismo voy a casa y te traigo un libro donde dice eso!, pero apostemos a

TIEMPOS Alma viajera

Calle Congreso,Tucumán Cómo hay que hacer para acomodar el espíritu a los nuevos tiempos que han llegado, desbaratando un orbe antiguo y con Dios en el centro Alguna vez alguien lanzó la teoría de los cambios fundamentales de la vida se deben dar gradualmente para acostumbrar el alma a los nuevos tiempos, la nueva situación, el horizonte de llegada. Durante varios siglos el hombre viajó de a caballo, animal que lleva la velocidad necesaria para observar con detenimiento el cambio del paisaje y permitir al espíritu hacerse a la idea del real al que llegará. Para ir a Tucumán nomás, unos 170 kilómetros por la ruta 9, serían necesarios, sin reventar los matungos, o cambiando en el camino, a la manera de las postas antiguas, dos días y medio, pongalé tres. En un día llegar hasta cerca de Las Termas de Río Hondo, el segundo hacer noche en el arroyo Mista y el tercero a Tucumán, siempre que el cuerpo aguante, ¿no?, porque es duro tanto trajín, como le dirá cualquiera que sepa de caballos. Ah

VACAS Por qué les gritaban en el campo

Vaca  y ternero, Aibalito, Jiménez Relato de costumbres que terminaron para siempre En el campo no es como en la ciudad, que poca gente grita. Allá hay que hacerlo, porque si se trabaja arreando vacas no se les puede susurrar para que entienden. O había que hacerlo antes de la llegada de los teléfonos celulares, ahora quizás les manden un mensaje a un chip que les ponen en la oreja y las otras tal vez entiendan la orden. Capaz que ahora las crían en cajas de cartón, envasadas desde que nacen, con un destino de mostrador de carnicería de Córdoba, Rosario o las islas Aleutianas. En el tiempo aquel cada una tenía su nombre y las conocíamos como “la Colorada del Bajo”, “la Chejchila mocha” o “el Toro del Buen Servicio”. Las vacas se arreaban también con un silbido particular: los animales lo oían y sabían que debían rumbear para el lado del agua. En la casa de mi abuelo se les silbaba de una forma y, después me enteré de que en otros lados era muy parecido y en una de esas venía de lejos,