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Una pareja (archivo) |
Un breve —y leve— repaso sobre la manera de encarar las relaciones en un mundo que parece de hace dos siglos y fue solamente anteayer
—¿Te acuerdas cómo se llamaba la tía Chicha?
—No, pero ya mismo le pregunto a Pablito, el hijo.
—¿El que vive en Noruega?
—Ahá.
—¿Ha vuelto?
—No, le consulto por WhastApp.Menos de dos minutos después la duda está saldada. Se llamaba Amira Concepción, pongalé. Con los teléfonos el mundo vive al instante, no hay un minuto que perder. A qué buscar una palabra, una definición, una fecha, un dato en el diccionario, en la enciclopedia, en un libro. El aparatito tiene toda la información adentro, sin necesidad de ir a la biblioteca.Un amigo dice que antes, cuando se armaban las discusiones de borrachos en los asados, ante una duda, por dar un caso, afirmaba categóricamente:
—Los cosacos no son originarios de Rusia.
Si alguno decía que no era cierto, lo desafiaba:
—¡Ya mismo voy a casa y te traigo un libro donde dice eso!, pero apostemos algo, no voy a ir por nada.
Lo decía con tal énfasis, con tanta seguridad, que nadie se animaba a levantarle la apuesta. Después se reía, porque casi siempre mentía. Pero ahora sería casi imposible, porque en menos de dos segundos hay alguien consultando a los santos Google o Wikipedia, a ver qué dicen. Y sus dichos son palabra santa.
Hasta no hace mucho las comunicaciones casi siempre eran un asunto dificultoso. La única modernidad instantánea era el teléfono, pero había que esperar que el otro también poseyera uno, que estuviera en casa y que no diera ocupado al marcar. Para hablar a larga distancia había que pedir la llamada con anticipación y esperar a veces muchas horas para que la Telefónica pusiera al aparato a los del otro lado de la línea. Así y todo, se oía mal, lejano y cobraban por segundo, así que no había tiempo de explicar mucho. A lo sumo:
—Murió el tío Alberto.
Y chau.
Después, en una carta, es posible que uno se explayara contando los últimos días del finado, los médicos, la internación, los remedios, esos detalles. Para lo cual había que tener, aunque sea una somera idea de lo que era leer y escribir a mano. Para eso las maestras se esmeraban en que uno tuviera linda letra que antes llamaban, justamente “de carta” y ahora le dicen “cursiva”. (Hablando de eso, la letra de las madres era redonda y pareja, en cambio la de los abuelos tenía pequeños adornitos y se veía más alargada y elegante).
Los jóvenes salen a bailar, igual que los de antes. Van en grupo y bailan entre ellos solamente. A veces se encuentran con otros grupos de amigos y se mezclan. Pero está como mal visto que uno “de afuera”, digamos, invite a bailar a solas a una chica que está con otro grupo. Si a uno le gusta una chica, a lo sumo en el baile (una antigüedad decirle “baile” al baile, ahora es “el boliche”) le pedirá que le diga cuál es su Instagram para seguirla y, en una de esas concretar una salida para otro día. La tiene al lado, pero no puede bailar con ella, solamente pedirle una especie de contraseña de internet para ver si la conoce otro día.
En otros tiempos, si había que esperar que en la casa de la chica pusieran un teléfono, en la Argentina al menos, había que esperar una o dos vidas para hablarla. Había gente que pedía un teléfono cuando conseguía casa, pongalé a los 30 años, y a los 80 no había conseguido una línea. Si le gustaba una chica, amigo, tenía que averiguar dónde vivía, ir, tocar el timbre y hablarla. De frente manteca.
Una chica que vivía en La Banda, todos los días pasaba por donde estaban unos changos. A uno le gustó. Preguntó a los amigos si alguno la conocía y ninguno la ubicaba. Trajo a otros amigos, a una hermana a verla pasar, para ver si sabían quién era y tampoco. Entonces un día la siguió hasta su casa, esperó a que entre, tocó el timbre y cuando ella salió, le explicó lo que le pasaba: que era su única posibilidad de conocerla. No la había hablado en el camino porque le pareció que se asustaría si la abordaba en la calle. Bueno, ahora están casados, tienen dos o tres hijos y son felices como suelen ser los matrimonios bien avenidos.
En ese entonces, hace treinta años, los novios solían estar largo tiempo callados, uno al lado del otro, gozando de la mutua compañía, o conversaban o miraban vidrieras, se reían, se estaban meta besuquear, se secreteaban. Ahora cuando están juntos, cada uno mira en su telefonito cosas de las que el otro quizás no está ni enterado, navegan por galaxias distintas, o bucean a distintas profundidades. En este contexto quizás no es raro darse cuenta de por qué las relaciones son más líquidas, menos estables, con compromisos livianos, fórmulas rarísimas de complejo entendimiento y procedimientos inentendibles, al menos para los parámetros tradicionales.
¿Es mejor el mundo de los celulares?, chi lo sa. Es posible que al posibilitar las comunicaciones instantáneas se acaben los malos entendidos de los teléfonos descompuestos de antes. Un nuevo mundo de conocimientos al alcance de las manos, quizás esté necesitando de otras habilidades para usar correctamente sus herramientas o tal vez los jóvenes ya saben cómo hacerlo y no lo sabemos.
En cuanto a las relaciones personales, antes los muchachos —y las chicas— daban dos o tres probadas y se quedaban con la segunda o tercera mujer de su vida. Hoy, que hay tantas posibilidades, es dable pensar que después de veinte o treinta experiencias, al tener más opciones también elijan mejor.
El telefonito permite saber al toque cómo se llamaba la tía Chicha, de dónde son originarios los cosacos —saber cómo se hace un budín de pan, averiguar la fórmula del ácido clorhídrico— o sacarse cualquier otra duda que plantea la vida moderna. Ya no es necesario llevar una lapicera y una libreta y anotar una palabra para buscarla en el diccionario al volver a casa, ahora mientras camina rumbo al dentista busca la palabra “legionario” y al instante tiene una respuesta.
¿Es mejor ahora o antes? Mire, lo seguro es que aquel mundo no va a volver, se fue, ya no está, finish, terminó, se acabó. Esa vida, le guste o no, se fue para siempre. Lo único que hay para hacer es recordarla, añorarla, dejarle una lágrima en el camino de la historia de la propia vida.
Y seguir andando.
Si no quiere que lo pasen por encima.
Báh, digo.
©Juan Manuel Aragón
...hoy en un baile quere sacar a bailar una chica...y le dice BAILA? seguro le responde...TODAVIA ME VA JUSTO!
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