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María Lastenia Lascano de Atterbury |
Esta nota fue publicada el 17 de agosto de 1992 en el diario “El Liberal”, la imagen fue proporcionada por Carlos Atterbury a quien se agradece por su amabilidad
Por Juan Manuel Aragón
padre del autor de este blog
Vivimos una época de liberación de la mujer. La mujer se cree tan libre que ni siquiera debe actuar como a la mujer le corresponde, sino que tiene la libertad de adoptar las conductas de los varones. Cuanto más varonil la mujer más liberada estará de su condición propia.¿Qué es lo propio de la mujer? Apelando a una autoridad podemos oírlo a San Pedro: "vosotras, mujeres, estad sujetas a vuestros maridos, para que también los que no creen a la palabra sean ganados sin palabra por la conducta de sus esposas, considerando vuestra conducta casta y respetuosa". La fe y la virtud parecen no ser suficientes, y el apóstol agrega: "añadid a vuestra fe virtud, a la virtud, conocimiento; al conocimiento, dominio propio; al dominio propio, paciencia; a la paciencia, piedad; a la piedad afecto fraterno; y al afecto fraterno, amor. Porque si estas cosas están en vosotros, y abundan, no os dejarán estar ociosos ni sin fruto en cuanto al conocimiento de Nuestro Señor Jesucristo".María Lastenia Lascano de Atterbury no podía estar ociosa porque en ella abundaban el afecto fraterno, la piedad, la paciencia, el dominio propio, el conocimiento, la virtud y la fe. La posición de que gozaba su marido el doctor Atterbury, médico eminente, le permitía dedicarse a la fraternal obra de llevar auxilios materiales a gente necesitada, y trajinaba los barrios, especialmente el 8 de Abril donde instaló un curatorio dominicano, aportando medicinas a los enfermos y auxilios materiales a los menesterosos. Pero a su afecto fraterno no lo inspiraba el mero afán de procurar accesos al consumo de bienes y a la salud del cuerpo, sino que su objeto era llegar, con piedad y paciencia, al alma de los prójimos y henchirlas de espiritualidad, de cristiano desapego por las riquezas, de una fe en Dios enriquecida por la recta doctrina.
No sé qué estudios cursaría. Pero sé que era, verdaderamente, doctora en cuanto su amplísima cultura le permitía conocer en cada caso la doctrina justa, correcta, adecuada a las circunstancias y conforme a las enseñanzas de las mayores autoridades que en el mundo han sido. Tenía la conciencia cabal de la naturaleza degradada del hombre, de su condición de pecador en cuanto heredero de Adán, y a pesar de ello ¡cuánta caridad para comprender y absolver a los inicuos pecadores que por este mundo andamos!
Su obra quedó plasmada en su hogar, que es una de las mayores obras posibles y sólo reservada a la grandeza de la mujer: la atención de su marido y la educación de sus hijos. Pero como le sobraban inteligencia y capacidad, entre sus iniciativas en búsqueda de que la mujer contase con medios de subsistencia y fuera útil a la sociedad inició la escuela de enfermería de San Martín de Porres, que ha se-guido creciendo y perfeccionándose para bien de los enfermos.
Ella, que tenía las condiciones especiales para ser una gran abuela rodeada de nietos y dispensadora de su sabiduría, no pudo llegar a la vejez. El 17 de agosto de 1972 se alivió de los males que sin quejas aguantaba al llegarle la hora de marcharse.
Le llamaban Negrita a esta mujer que no se liberó de sus deberes de mujer. Por eso me he permitido este título. Aunque por sus calidades y por el respeto que de todos merecía mejor cuadrara "señora Negrita".
Ramírez de Velasco®
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