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LEYENDA Aliento de la noche (con vídeo)

Ahí tá

Reaparece en el monte, guarda silencio y se vuelve sombra rumor y espanto sin que nadie sepa de dónde viene

Todavía hoy, en noches sin luna, salgo a asustar a los paisanos. Aunque ya no tengo tanta prensa como supe tener cuando el universo era joven y recién nacían las estrellas, y muchos opinaban que quizás fuera un espanto que venía del barrio de los muertos. Apenas me sienten pasar, llaman a la policía, que llega en un santiamén a ver qué pasa. Hay ocasiones en que, en vez de disparar para cualquier parte —como antes— los changos pelan el telefonito para filmarme como si fuera una actriz, un cantante, un político de la televisión.
No saben que mi fama se forjó en cientos de fogones amanecidos, en versos recitados a la orilla de la cocina, a la hora en que tallaban los grillos y entonaba el cacuy su lastimero canto. En esos tiempos, un silbido en la oscuridad bastaba para que un pueblo entero se persignara. Un viento de modernidad inicua barrió millones de siglos y tradiciones que venían de boca en boca, pasaban de un lugar a otro, llevadas por bardos y trovadores: se expandían, se transformaban, cambiaban el nombre, pero no perdían su vera esencia.
El mundo jamás prescindió de mis inestimables servicios, pero en los últimos años me confinaron a los ambientes rurales. Es cierto, me gusta la naturaleza, pero me sentí un poco desajustada cuando clausuraron la posibilidad de hallarme en las ciudades. Pero después tiraron abajo los bosques y ya no tuve dónde ocultarme. Me alejaron de la gente.
Ahora solamente aparezco en caminos lejanos. Asusto a viajeros trasnochados que, en cuanto llegan a la próxima parada, dan cuenta de mi presencia para que los puebleros digan que es Fulano de Tal, que murió en trágicas circunstancias, o Menganito, que desapareció sin dejar rastros. Hay villas enteras que saben cuál fue el destino de finados que murieron por mi culpa, pero no lo dirán ni bajo la tortura más atroz. Yo soy la que siempre estuvo, la que nunca dejó de lado los atributos de su mismo ser —es decir, yo— hasta en los más mínimos detalles. No hay fantasma sin testigos, ni miedo que no haya tenido, alguna vez, nombre y apellido.
Chacarera

Estos últimos tiempos me abrigué en baldíos extramuros de grandes y pequeñas capitales, en pastizales infectos de mosquitos a la orilla de carreteras secundarias, en terrenos incultos con rebrotes de espinudas breas y en tuscales sin ley. El orbe que conocía se extinguió para siempre. Los chicos que solían venir con un pan bajo el brazo, ahora nacen con un chip de computadora quizás en la nuca.
Uno de estos días, cuando vengan las topadoras a tirar abajo el lugar en que me refugio, capaz que me hallen muerta en un rincón. Un periodista escribirá: “Raro espécimen de Alma Mula hallado en una casa abandonada.” Página 6, abajo, a una sola columna, sin foto.
Para qué más, si a nadie le interesará una noticia tan baladí.
Juan Manuel Aragón
A 14 de octubre del 2025, en el barrio Bánfield. La Banda.
Ramírez de Velasco®

 

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