Cementerio de La Guanaca, foto de ilustración “Andaban desolados los validos, los favorecidos, ciertos parientes lejanos que, de vez en cuando pegaban un mangazo” Un lebrel de piedra custodia el mausoleo del quien supo ser mandamás de ese pueblo, al que, por un capricho de la burocracia siguen llamando ciudad. A la vera de un camino nacional e inútiles vías de ferrocarril que se oxidaban por falta de uso, el pueblo dormitaba su modorra campesina. Hasta que apareció muerto en su casa, de una certera puñalada en el corazón, el almacenero más poderoso del lugar que alguna vez fuera una capital importante, nudo que servía para distribuir riquezas al norte. La noticia apareció en los diarios de la capital, alguien dijo haberla visto en la televisión de Buenos Aires y el pueblo se agitó con la sorpresa y el estupor primero y luego chismes que iban y venían, dimes y diretes y hasta arriesgadas teorías que surcaron sus polvorientas calles. El primer colectivo de la mañana trajo el diario con s
Cuaderno de notas de Santiago del Estero