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Nos gustan redonditos, lisos, suaves, como toda la vida


Algunos los prefieren redonditos, tersos, lisos, suaves. Sobrios digamos. Los mejores son los tradicionales, los de toda la vida, ¡báh!, antes de que vinieran los otros: flacos, alargados, escuálidos. Los nuevos llegaron a fines de la década del 60 y rápidamente, como se imponen las modas en este tiempo, entraron en el gusto de todo el mundo. Pero unos y otros siempre gustaron duritos y según los que dicen que saben, no deberían deformarse al tacto. Muchos se dan de expertos y no lo son, aunque mil veces hayan pagado por tenerlos en sus manos.
Hay para todos los gustos, claro, porque con los días se arrugan, se ponen como pasas y si bien tienen —según dicen quienes los han probado— casi el mismo sabor, usted sabe que no hay como los nuevitos, jugosos, llevando en sí mismos el germen de una nueva vida. Según alguna gente aportan frescura y color, otros no les dan tanta bolilla y hay a quienes no les apetecen, para decirlo en español del otro lado del mar.
Se sabe que cuando pasa el tiempo, se secan, quedan mustios y hay que descartarlos, aunque no siempre, ¿no?, porque, quién es uno para andar diciendo este sí, este no. Pero unos pocos han hecho un arte del disfrute de lo viejo. Durante la vida les empieza a faltar humedad, por lo cual se requiere mucha habilidad para volverlos a la vida y hacerlos amables nuevamente. Cuando son nuevos y redonditos cualquiera se les anima con mucho gusto, después si no tiene maña, olvídese, no son para usted, aunque crea que son fáciles.
Tienen su tiempo justo, como todo. Los mejores son los de la casa, obvio, uno los fue haciendo a su modo de a poquito, con mucho amor, les dio su forma, si se querían ir para cualquier lado los enderezaba, los cuidó con cariño. También están los comprados, va, paga y listo. Pero son más fríos, eso que el hecho de estar en el comercio no los arruina. Y, lo que son las cosas, la mayoría prefiere los de afuera antes que los de la casa, aduce no tener tiempo para andar atendiendo algo que sirve para un momento de placer que quizás sea el más efímero de todos.
Su nombre científico es ´Solanum lycopersicum´, es una especie de herbácea nativa de América Central y del norte y noroeste de Sudamérica. Primero la comieron los indios del sureste de Méjico hace dos mil seiscientos años. Tanto el redondo y tradicional como el perita, el que se cultiva en la casa y el que se compra en la verdulería tiene sus adeptos. Su nombre es tomate.
©Juan Manuel Aragón


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