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CUENTO Párpado alzado

Un barrio de Santiago desde el aire

No se quiere ir del patio, ahí creció hasta ser grande, tiene una actitud como de pedir comida pero luego se cansa y vuelve a su rincón


Lo vengo viendo crecer de a poco desde hace mucho, empezó siendo muy pequeñito y de un día para otro ya era algo grande. O tal vez engordaba siempre y no me daba cuenta, no sé. A veces se asoma a la ventana de la cocina en actitud de pedir algo para comer, pero no le doy nada, no hago amague de cerrarle la puerta en las narices, ni siquiera lo miro, entonces se cansa y vuelve al rincón del patio, entre la tapia del fondo y unas maderas que quedaron de unos arreglos que me hicieron en el techo.
Los amigos me aconsejan que no me preocupe, que no le haga caso, que lo ignore así se harta de mí y se va. Durante varios meses no me acuerdo de su existencia, hago mi vida, voy al trabajo, vuelvo, salgo de compras, duermo, me cocino la sopa de todos los almuerzos, oigo música, tomo mate, por ahí me visita algún amigo, leo mucho como siempre, salgo a la vereda a conversar con los vecinos, pongo la radio para oir cómo va el mundo, si es sábado voy al centro a ver gente, asisto a misa de once los días de guardar, visito a mis hermanas, alguna que otra vez salgo de vacaciones. En esos momentos no recuerdo que está ahí, agazapado a la orilla del fondo, aguardando quién sabe qué.
Y de repente un buen día lo siento presente. Salgo al patio y sigue ahí, incansable, creciendo, mirando el mundo con ojos curiosos, algo sorprendidos o quizás perversos. Si me animo, agarro un palo y me le acerco. De lejos lo molesto, le digo “¡juira bestia, salga de ahí!”, me hago la señal de la cruz, rezo un Padrenuestro, le muestro mi estampita de San Pantaleón, una vez llevé el cuadro con la Virgen y el Niño para ver si se nada a mudar. Pero él alza un párpado, me mira fijo un momento y regresa a su estar estando.
Mientras, afuera del mundo de mi soledad, la vida sigue, ¿ha visto? Mis amigos se casaron hace tiempo, ahora no solamente tienen una mujer sino también hijos grandes que los acompañan en sus períodos de abatimiento y también en los tiempos de holgorio, dicha y felicidad, los vecinos hacen ampliaciones en sus casas o se mudan a otros barrios y vienen otros a reemplazarlos. Y cuando me visitan, mis sobrinas me dicen que debo salir más, buscarme una mujer que me haga compañía, ver otras cosas, gastar en algo productivo el sueldo en vez de esos tontos libros que leo.
Los domingos a la tarde suelo sentir desde casa el lejano murmullo del estadio de Central Córdoba. Me siento acompañado por miles de almas que gritan el triunfo, se lamentan por un gol errado, festejan los aciertos, lloran cuando pierden.
El resto del tiempo, desde un rincón del patio, acecha silencioso, aguaitando un pedazo de pan que jamás le daré o quizás esperando que me muera para irse a otra casa, o quizás quedarse ahí mismo haciendo temblar de miedo a los nuevos dueños. Hace un rato, sin ir más lejos, estaba ahí, entre la tapia y las maderas.
©Juan Manuel Aragón
A 23 de octubre del 2023, en el barrio Belgrano. Esperando el chumillero

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