“Ahora, que no tenemos un héroe vivo ni en la Argentina ni en el exilio, pienso que deberían regresar los tiempos del fin de la infancia” El año que murió el General andaba en segundo de la secundaria, platónicamente embelesado por una gordita a la que una amiga le avisó que estaba enamorado de ella. Complicaciones del lenguaje, no decíamos “tal chica me gusta” sino, porque ya éramos grandes y nos merecíamos un sentimiento supuestamente más profundo, largábamos: “Gusto de Fulanita de Tal”. En vez de mandarle a decir que quería salir con ella, que quizás podríamos ser novios si me daba una oportunidad, le indiqué a mi amiga que le informe que estaba perdidamente enamorado, que me llevaba el alma, que haría lo que fuera por una mirada, un gesto, un saludo, una sonrisa de ella y que cuando pasaba cerca me costaba respirar. No era verdad, pero había una cosa que me daba en el estómago cada vez que la veía. Bastó con que mi amiga la pusiera al corriente para que la chica, que luego adelgazó
Cuaderno de notas de Santiago del Estero