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| Charles Hernu |
El 3 de noviembre de 1996 se revela que Charles Hernu, ministro de Defensa de Francia de François Mitterrand, había espiado para la Unión Soviética
El 3 de noviembre de 1996 se reveló que Charles Hernu, que había sido ministro de Defensa de Francia durante la presidencia de François Mitterrand, había actuado como espía a sueldo de la Unión Soviética. La noticia, difundida por la prensa francesa a partir de documentos y testimonios, sacudió la memoria política del país y puso en discusión los vínculos secretos mantenidos en los años de la Guerra Fría.Hernu había ocupado la cartera de Defensa entre 1981 y 1985, período clave para la política militar francesa, cuando el socialismo en el poder buscaba consolidar la independencia estratégica frente a los Estados Unidos y alinear sus fuerzas con la OTAN de manera selectiva. Su nombre había quedado ligado al llamado “affaire del Rainbow Warrior”, el hundimiento del barco de Greenpeace en 1985 en Nueva Zelandia, operación de los servicios secretos franceses que forzó su renuncia.La revelación de 1996 vino a agregar una dimensión inesperada a su trayectoria. Según se indicó, Hernu habría mantenido contactos sistemáticos con la inteligencia soviética desde años anteriores, recibiendo pagos regulares a cambio de información sensible. Los datos surgieron de archivos y de declaraciones de antiguos agentes del KGB, que, tras la disolución de la Unión Soviética, abrieron una parte de sus operaciones al escrutinio público.
Hernu, muerto en 1990, no pudo responder a las acusaciones, lo que dejó un aire de ambigüedad entre la certeza documental y la imposibilidad de defensa personal. En Francia, el impacto fue inmediato: la idea de que un ministro tan cercano a Mitterrand pudiera haber colaborado con Moscú alimentó debates sobre la vulnerabilidad del Estado y sobre la política de confidencialidad en torno a la seguridad nacional.
En los archivos de inteligencia soviética aparecía mencionado con nombre en clave y con referencias a reuniones mantenidas en París. Los testimonios señalaron que no se trataba de simples contactos informativos, habituales en el cruce de diplomacias, sino de una relación estable de suministro de información a cambio de dinero. La prensa francesa reconstruyó en detalle esos vínculos, generando una amplia cobertura en la prensa.
El contexto de los años ochenta mostraba a una Francia que intentaba equilibrar su posición entre la OTAN y una cierta autonomía estratégica, mientras mantenía canales abiertos hacia la Unión Soviética. En ese marco, el papel de Hernu adquiría un carácter aún más delicado, ya que implicaba un doble juego que ponía en entredicho la confianza en el aparato político.
Las revelaciones también impactaron en la memoria del socialismo francés. Hernu había sido un aliado político de Mitterrand desde los años sesenta, con un perfil ideológico que se presentaba como firme defensor de la independencia nacional. La sospecha de colaboración con el KGB parecía contradecir ese discurso y dejaba en evidencia una contradicción difícil de conciliar.
El caso se inscribió en una serie de exposiciones de antiguos agentes soviéticos en la década de 1990, que revelaron la profundidad de las redes de espionaje en Europa Occidental. Francia, como otros países, debió enfrentar el hecho de que figuras de alto rango habían mantenido vínculos ocultos con Moscú.
En la opinión pública francesa, el nombre de Hernu quedó definitivamente ligado tanto al hundimiento del Rainbow Warrior como a las acusaciones de espionaje. Los informes publicados en 1996 reforzaron la idea de que la Guerra Fría había dejado cicatrices en la política francesa más profundas de lo que se creía.
La revelación agregó un capítulo inesperado a la historia política de Francia en el final del siglo XX.
Ramírez de Velasco®



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