Barrio de Santiago Relato en primera persona de un temor santiagueño que se pierde entre los resquicios de modernidad que le avivan el alma A veces pienso que está mal salir las noches frías de invierno, como las que se vivieron estos últimos tiempos. Hay poca gente en las calles, los que andan caminando lo hacen apurados, con frío, van a alguna parte y quieren llegar antes, resguardarse del clima, llegar al abrigo de una casa, un bar repleto de simpatizantes de fútbol. No sé qué será esa nueva superstición argentina, quizás un zafio gusto por el sudor ajeno, según he averiguado por ahí, pero lo ignoro. De todas maneras, me dedico a lo mío, que es otra cosa, no gritar en el momento en que una pelota pasa por entre tres palos. Lo que hago viene desde el fondo de la historia a tocar el alma de cada santiagueño con la certeza de lo que no existe, para darle vida, si es que el aludido sale vivo, algo que a veces ocurre. Me nombran en la feria de artesanos que instaló la municipalidad en el
Cuaderno de notas de Santiago del Estero