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MITO La vuelta del santiagueño

El mercado Armonía actual

La experiencia de un conocido que regresó al pago, resumida y contada en primera persona


Soy parte de los que se mandaron a mudar porque querían un destino mejor, soy el que un día regresó para ver cómo estaba el pago y se dio con que todo había cambiado, menos el sentimiento de los hermanos, la tonada de los amigos y el cielo común que los cobija. Pero, espere que le cuente cómo es la cosa, porque no es fácil de explicar lo que nos pasa cuando volvemos o, al menos, lo que me pasó.
Cuando llegué a Buenos Aires, a los veintipico, sabía que sería duro, pero nadie me dijo que iba a ser tanto. Muchas veces quise volver, pero me daba cuenta de que, si regresaba en esas condiciones, allá tenía todas las de perder y ninguna posibilidad de salir adelante. Eso me mantuvo en pie los primeros años en que comprobé la solidez del pavimento al patearlo todos los días rumbo a los cientos de trabajo que fui consiguiendo.
Hasta que entré en el rubro gastronomía, bien de abajo, pelando papas todo el día para un local al que no se le terminaban los clientes. Se dice fácil, pero lo quiero ver pelando no veinte ni treinta bolsas de papa por día como hacía yo, sino solamente una y después cuentemé. Me quedé porque pagaban mejor que en otras partes. Si llegaba un camión siempre me ofrecía para descargarlo y hacía unos pesos más, cuando había que quedarse hasta tarde, me quedaba, si necesitaban un bachero, lavaba los platos sin problema, y así me empezaron a tener en cuenta.
Antes de seguir, le cuento: todos los días, pero todos, todos, sin faltar uno, he pensado en el pago, en la gente que quedó, en mis hermanos, en las maestras de la escuela, en los vecinos, en los conocidos y hasta en esos que, cuando vivía allá ni me saludaban. Cuando vine no me gustaba el folklore, pero después, con el paso del tiempo le empecé a hallar el gustito, qué quiere que le diga, porque nombraba cosas que siempre me habían sido familiares, lo imaginaba a Alfredo Ábalos, conversando con sus vecinos del 8 de Abril, lo veía a Peteco volviendo a cada rato para cantar en Santiago, La Banda y me emocionaba sólo con oir la voz de Koly Arce. Usté no va a creer, pero sonaba en una radio y se me llenaban los ojos de agüita.
¿La tonada, pregunta? la perdí cuando me di cuenta de que todos me querían estafar al verme cabecita negra, como nos dicen, y provinciano. Si subía en un taxi y pedía “llevemé a la calle Pueyrredón” y hacía la erre como los santiagueños, primero me estudiaban por el retrovisor, después me hacían dar un montón de vueltas para cobrarme de más, en cambio si decía “Puerredón al 1800, por favor”, haciendo la erre porteña, me llevaban derecho. Primero hacía fuerza para hablar como ellos, pero después ya me salía natural y nadie me miraba al hablar.
Desde el principio siempre tuve el pensamiento de volver un día de visita. Pero un año no pude porque conseguí un laburo justo para las vacaciones, otra vuelta, me tomaron de jefe de personal en un restaurant grande, en el anterior había pasado de bachero a pelapapas, de ahí a encargado de las freidoras, después estuve haciendo las ensaladas y llegué hasta mozo. Endemientras, los años iban pasando, me casé con una chica que conocí aquí, pero era de Loreto, empecé a construir una casa, de a poco, con la ayuda de mis cuñados que son albañiles, llegaron los críos, la escuela, me hice socio de un club de fútbol del barrio, llegué a ser su vicepresidente. Y la vuelta se fue complicando, ¿vio?
Cuando llegaron los celulares, alguien me dijo que chateaba todos los días con los amigos del pago y me puse en la tarea de hacer lo mismo. Con Feibu empecé a encontrar a mis hermanos, a los amigos, todos estaban más viejos, algunos habían finado. Observé que el pago estaba cambiado, y más ganas me agarraron de volver. Empecé a pensar todo el día nada más que en regresar a Santiago en las próximas vacaciones. En casa solamente hablaba de eso con la patrona, los chicos, buéh, no tan chicos, el mayor tiene 20 y trabaja de chofer en una empresa de Transportes y la chica está terminando la secundaria, dice que va a estudiar enfermería, vamos a ver qué pasa.
A veces cuando oía a Leo Dan y su “Santiago querido”, me hacía lagrimear cuando llegaba a la parte que dice “en ti yo he soñado”. Porque, oiga bien, todas mis noches de Buenos Aires he soñado con Santiago, el barrio, los amigos, mi mamá volviendo de hacer las compras, cebándole mate a mi tata cuando volvía del taller, mis hermanos jugando en la vereda, la calle de tierra, los vecinos. ¿Usted sabe lo que es soñar todas las noches lo mismo y lo mismo y lo mismo? Bueno, eso.
Quise ir con la familia, tanto les había contado de Santiago que me imaginaba que vendrían conmigo. Ninguno quiso. Mi mujer tampoco, ¿para qué —dijo— si en Loreto no le quedaba ningún pariente, ni un conocido? Los chicos pusieron excusas, que el examen, que el trabajo, que no me dan vacaciones. Los hinché como un mes, pero no hubo caso.
Y me largué sólo.
Oiga, yo soy ese del jogging azul, la camiseta de los “Ángeles Lakers”, gorra colorada, zapatillas verdes eléctricas. Ese que pasa mirando todo, esperando que alguien lo salude, fijándose en todo a su alrededor, reconociendo lugares, rincones, esquinas, lapachos, edificios. Soy el que anda buscando el Santiago de antes por todas partes, cumpliendo un sueño que son cuarenta mil sueños de volver, anhelando el reencuentro con la nostalgia de un tiempo que fue infancia, pantalones cortos, escuela, siesta, fútbol, barrilete.
Un amigo de fierro, de los de antes, tuvo la gentileza de invitarme a que pase quince días en su casa porque mis dos hermanos viven en departamentos diminutos o no querían recibirme, no importa.
Pero apenas iba llegando y me di con que algo no estaba bien. Creía que estaba la terminal vieja y me doy con que tenían una nueva. Cuando el colectivo encaró por la Costanera de antes, me ubiqué enseguida. Y cuando trepó para llegar a la nueva estación me dije: “Vamos a pasar al lado de la cancha de Piquito, Arenales y Roca”. Miré para abajo y no estaba. Oiga, de un plumazo habían borrado toda una historia de fútbol, peleas, cervezas, desafíos, penales. Los locales llevaban ventaja porque sabían cómo botaba la pelota en los pozos de la cancha y cómo patear derecho en un terreno de juego inclinado en una orilla, porque era ganado al terraplén del ferrocarril.
El amigo que le conté, me llevó, esa misma tarde a conocer el nuevo Santiago, la Costanera, el estadio Único, el Fórum, el Nodo Tecnológico, esa maravilla de la modernidad, el arte y la historia, todas reunidas en el Centro Cultural del Bicentenario. A la noche fuimos a cenar a una parrillada muy linda, muy moderna. Me alegré por mis comprovincianos, pero yo quería ver el viejo Santiago, el que me despertaba a las 3 de la mañana con el sueño de una chacarera sonando en el patio de la casa de un amigo.
Al día siguiente mi amigo se fue al trabajo y aproveché para salir solo. Compré el diario, me senté en una confitería de la plaza, me hice lustrar los zapatos, conversé con el lustrín, ahí estaba parte del Santiago que buscaba. Al mediodía encaré para el mercado Armonía, la busqué a la tía Nieves, pero ya no estaba, en el primer piso comí un guiso de gallina y le seguí hallando el gusto al Santiago con el que me había venido a topar.
A la noche el amigo me dijo que tenía una gente para presentarme. Me llevó al bario 8 de Abril. Llegué y ¡sorpresa!, estaban muchos de mis amigos de la escuela secundaria, algunos de la primaria. Le digo, al principio me costó reconocer a muchos, estaban más viejos, la cabeza mora como alpargata i´pintor. Como al entrar en una habitación oscura, cuando llega de la luz, tiene que acostumbrar la vista. Bueno, al rato ya reconocía a todos. Fue la mejor parte del viaje, el regalo más lindo para el alma. Supe que nunca se reunían, lo habían hecho solo por verme. En un momento de la reunión pedí permiso, fui al baño y estuve un rato llorando solito, el pecho hinchado de felicidad.
Al otro día iba por la Avellaneda y siento a uno de atrás que grita:
—¡Ortiga Malaparte!
Era un apodo que me pusieron en tercer grado por una maestra que me dijo que era más molesto que ortiga en mala parte. Había una sola persona que podía recordarlo, Hernán Rodríguez, me doy vuelta y era él. El abrazo duró como cinco minutos, la gente pasaba y nos miraba, qué nos importaba. Me invitó a la casa, fue como si la vida no nos hubiera separado tantos años. Parecía que lo había visto anteayer.
A la tarde siguiente quise ir por la que había sido la casa de mi familia, toqué el timbre, estuve un rato largo esperando y nadie atendió. Por suerte, pensé, mirá si de adentro salía yo, con diez años y no sabía quién era ese viejo, qué buscaba, qué quería. ¿Qué le iba a decir?, ¿Que andaba persiguiendo un sueño, así podía empezar a tener otras pesadillas?
Entre una visita y otra, el tiempo se fue volando. Luego encaré la vuelta, se terminaban las vacaciones en Santiago. ¿Quiere la verdad?, estaba un poco desilusionado. Había estado en el pago con la esperanza de davueltar el reloj, los amigos me habían recibido muy bien, me mostraron la nueva ciudad que construyen todos los días, los edificios altos, las torres desde las que se ve dónde empieza el horizonte, sobre una curva perdida del Dulce, en Maco o tal vez más allá.
Poco de este Santiago era parecido a lo que recordaba en noches de desvelo, cuando el retumbo de un bombo me despertaba en medio de la noche. En eso iba pensando en el camino de vuelta, cuando me dormí. Soñé con mi casa, en Bernal, a cuatro cuadras de la Universidad Nacional de Quilmes, que tanto sacrificio me costó levantar. Soñé con mi mujer, los chicos, los amigos de mi trabajo. No va a creer, pero era la primera vez en muchos años que no soñaba con Santiago. Me dije entonces, el año que viene iríamos con la familia por dos semanas a Mar del Plata. Supe que al fin me había desprendido de algo muy lindo, pero que alguna vez debía morir en mis pensamientos.
En casa me preguntaron cómo me había ido. Les conté maravillas de Santiago, aún lo sigo haciendo cuando me preguntan los amigos, a todos les digo que tienen que ir a conocer, que no se lo pierdan, que es una provincia maravillosa, moderna y antigua a la vez, con la tradición brotando en cada barrio y una cadencia para hablar que es única y reconocida por lo simpática y entradora. Soy el mejor propagandista de los santiagueños, que me recibieron con los brazos abiertos y me brindaron de nuevo una amistad que venía de veinticinco años atrás.
Pero esa ciudad con la he soñado tantas noches soñando volver, ya no existe más, se perdió en un pliegue de la historia, quizás para mejor, tal vez para peor, no soy quién para juzgarlo. Las calles del barrio están pavimentadas, las avenidas llevan un río de autos, los chicos no van a pescar mojarritas al dulce los domingos y fiestas de guardar, no he visto las marchantas de antes, llevando sus productos en veinte canastos.
Y ahora soy bonaerense, como mis hijos, ¿vio?
©Juan Manuel Aragón

Comentarios

  1. Muy bueno Juan Manuel 👍
    Arq Maria a lopez ramos

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  2. Cristian Ramón Verduc29 de julio de 2022, 8:28

    Buenísimo, al estilo del mejor Juan Manuel Aragón.

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  3. Buen día Amigo Pity, muy lindo y te diría muy real tu relato, un abrazo.

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  4. Así es. Lo dice alguien q lleva más de la mitad de su vida viviendo lejos del pago. Muy buena nota querido. Santiago es Santiago, no hay otro.

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  5. Hermosa descripción de lo que sienten quienes se van y regresan. Muchos sentimientos aunados! Me emocioné un montón! Un abrazo grande!!

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  6. Excelente narración. Me gustó el encuentro con el amigo y todo. Tepresrnta a muchísimos santiagueños que se ha ido en todas lascépocas.

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  7. Todos los años em Julio agarramos el auto y dejamos Mar del Plata por un mes. Muchos de mis amigos partieron pero los mas atorrantes seguimos vivos y disfrutando del bonvivant...!!!

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  8. Emotivo relato, comparto las emociones humsnas de la "vuelta" con propios y extraños. Lo que no comparto, es... qué si bien Santigo se ve maravillosamente, corresponde a una simple maqueta de cemento vacia de verdad. La prosperidad se mide cuando el hombre vive en verdadera libertad; con trabajo, salud, educación y justicia de calidad. Pleno funcionsmiento de sus normas constitucionsles, garantizadas con las diviciones de poder (ejecutivo - legislativo -judicial)

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  9. Emotivo y hermoso relato de todos los que dejamos la casa paterna y no encontramos el equilibrio entre nuestra niñez y las condiciones que nos pone la sociedad cuando somos adultos.
    Muy lindo como encaraste la descripción de los que estamos desarraigados en nuestro país.
    Carlos Zigalini.

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