Ancianos |
A uno se le van yendo algunas facultades mentales que antes solía tener bien aceitadas y funcionando, como la memoria
Con los años —la vejez, la edad provecta, la senectud, digamos, para ponerlo con todas las letras— a uno se le van yendo algunas facultades mentales que solía tener bien aceitadas y funcionando a la perfección. A veces recuerda un pequeño, ínfimo, mínimo detalle de su infancia remota, pongalé el color del forro del cuaderno de una compañera de banco de segundo grado. Es más, podría entrar a esa escuela que ya no existe, a ciegas, y llegar a ese grado y al banco justo en que se sentaban. Pero ahora tiene en la punta de lengua una palabra común y corriente y no le sale, no le sale, ¡no le sale, carajo!O se olvida del nombre de uno que le presentaron anteayer nomás. Y por más que se esfuerza, no le viene a la mente. También sucede que busca las llaves, las vuelve a buscar sabiendo que están a la vista, porque nunca las esconde, jamás las deja tiradas por cualquier parte, y podría seguir rebuscándolas hasta pasado mañana, si no fuera porque viene alguien, casi siempre su señora, un hijo, y le muestra que están sobre la mesa que ha escudriñado varias veces o, peor, en el llavero, colgadas del cinto y haciéndole ruido, esas malditas.No le sucede de vez en cuando, sino día por medio: si no son las llaves, es la boleta de la luz, si no es la boleta de la luz son los anteojos, si no son los anteojos es la billetera, si no es la billetera, es el teléfono. Siempre anda perdiendo algo que olvidó no sabe en qué lugar de la casa o en cuál de todos los cajoncitos que tiene la memoria para traer el pasado al presente. Y falla. A veces también se olvida de qué estaba buscando, que viene a ser el olvido del propio olvido, y para qué lo buscaba. Entonces piensa que no solamente está viejo, sino que también es un viejo choto, para qué va a decir otra cosa, si eso es lo que es.
Pensaba que iba a ser como esos viejos, que se pasan rememorando tiempos idos, que se acuerdan la formación completa del club Unión en el campeonato de 1981, se saben los nombres de los ministros del primer gobierno de Carlos Arturo Juárez. Pero usted es de los que recuerda ni siquiera el nombre del arquero del domingo pasado de Boca Juniors, eso que miró el partido por la televisión.
A veces está contando algo y a la mitad de la anécdota a) se olvida del nombre de uno o —peor— de todos los protagonistas, b) no le viene a la memoria una palabrita fundamental para dar a entender el asunto o c) se le hace un blanco de toda la historia y no sabe ni de qué estaba hablando y de repente se pregunta por qué lo miran, y usted, con la mente vacía, no sabe ni qué hace en ese lugar. Pero, no importa, ya recordará.
No ha llegado todavía a la edad en que se queda dormido mientras está narrando algo o se pone tan nervioso que se le quieren salir los dientes postizos y nota que todos le miran la boca en vez de atender lo que dice, creyendo que en cualquier momento se va a ahogar.
Por otra parte, no es tan feo llegar a viejo: de vez en cuando le piden algún consejo, lo tratan de usted en todas partes, le dicen “venga don, sientesé” y usted va y se sienta nomás, aunque no esté cansado, algunas ocasiones lo hacen pasar primero y hasta es posible que se callen un poco cuando habla, quizás porque creen que es interesante lo que está diciendo, aunque no lo sea, por ese respeto que todavía queda en la gente joven.
Lo malo es la falta de memoria, la amnesia que le agarra a uno, esa nube que se hace en la cabeza, justo cuando estaba por decir algo muy interesante y, de repente, ¡zás!, se le ha ido y no va a volver sino quizás varios días después, cuando ya no importe porque ha pasado el momento para siempre.
Es lo que sucede algunos días, como ahora, que ha empezado un escrito que iba muy lindo, derechito hacia el final, pero en la mitad del camino se ha olvidado de qué era lo que diría y aquí está, desbarrancando otra vez, tratando de zafar para ver si lo termina de una manera decente. Y no, no va a poder.
Entonces decide callarse.
Y…
Juan Manuel Aragón
A 27 de agosto del 2029, en la pasarela de La Banda. Oteando el horizonte.
Ramírez de Velasco®
La vida nos va poniendo en su lugar, pero vale vivirla.
ResponderEliminarAy, yo quería comentar algo.. pero me olvidé qué era.. Parió...
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