Intimidad |
Crónicas del aislamiento III
“Chuang Tse soñó que era una mariposa. Ahora no sabe si es Chuang Tse que soñaba ser una mariposa, o una mariposa que soñaba ser Chuang Tse”.
Tendríamos que haber quedado solos en aislamiento. Pero unos días antes de que empezara, vino mi cuñada, la hermana menor de mi mujer, de Salta, por unos trámites. Y se quedó.
El problema es la intimidad. Ahora no puedo ir en calzoncillos de nuestra habitación al baño, debo esperar que lo desocupe sin apurarla, como hago a veces con mi mujer o con los hijos, cuando vivían con nosotros. Se me ha dado por ver la tele hasta la madrugada y una noche, harta, mi mujer se fue a dormir a la pieza de al lado, con mi cuñada.
A las dos de la mañana han empezado una de Isabel Sarli, la única que no he visto de chango. Terminó a las cuatro. Inspirado, enfilé al cuarto donde dormía mi señora. La quiero despertar y me pone la mano en la boca. “En silencio”, me susurra. Difícil, pero cumplo, al lado la otra roncaba.
Como el cuento de Chuang Tse, ahora no sé si yo soy yo, que anoche soñó con su mujer o soy mi concuñado que durmió con su esposa.
No veo la hora de que sean las cuatro de la mañana para seguir averiguándolo.
Francisco, de Loreto, Santiago. “No pongas en qué laburo porque me quemas”, pide.
©Juan Manuel Aragón
Como el cuento de Chuang Tse, ahora no sé si yo soy yo, que anoche soñó con su mujer o soy mi concuñado que durmió con su esposa.
No veo la hora de que sean las cuatro de la mañana para seguir averiguándolo.
Francisco, de Loreto, Santiago. “No pongas en qué laburo porque me quemas”, pide.
©Juan Manuel Aragón
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