Ilustración |
A veces hay razones que son inexplicables, otras ocasiones, como la que se narra abajo, son fáciles de contar
Fue la última vez que el tata tocó la guitarra. Vivíamos al fondo de una casa en ruinas que nos prestaban unos amigos. Una tarde peló el instrumento, sacó sus músicas y se puso a ensayar. Dijo que esa vez empezaría de a poco. Porque el primer día siempre parece que tiene las falanges blanditas, pero después se ponen como un garrote. Y hay que volver a ablandarlas de a poco. A fuerza de tocar se van poniendo en forma. Durante varios días estuvo así, tocaba unas escalas y después piezas fáciles, hasta que agarró envión.También aproveché que no tenía nada que hacer por las tardes, así que leí todo lo que caía cerca, novelas, ensayos, cuentos. Fue un tiempo en que leí todo lo que había para leer en varios kilómetros a la redonda, suponía. Tenía un trabajito en la Municipalidad que me dejaba toda la tarde libre. Más los fines de semana.De joven, en Tucumán, el tata había sido alumno del gran guitarrista Martín Ventura. Cuando estaba en dedos tocaba de manera exquisita piezas de Francisco de Tárrega, Fernando Sors, Atahualpa Yupanqui, tangos, boleros, algo de flamenco. Mucho después supe que era lo mismo que interpretaban —con más o menos habilidad— casi todos aficionados de aquel tiempo.La casa estaba en la Tucumán al 200, pleno centro de Santiago, se había ido convirtiendo en lugar de reunión de los amigos. De tal suerte que al poco tiempo era la sede de una agrupación política nacionalista que se reunía una vez a la semana a comer un asado y de paso planear la reconstrucción del Virreinato del Perú, “como objetivo de mínima”, bromeábamos.
A veces estábamos solos y caía algún amigo. Una tarde apareció Jacinto José Jiménez, al que le decíamos “Triple Jota”, secretario de Cultura de la agrupación. Siempre tenía buena información porque un primo trabajaba en un ministerio y le traía novedades de la política. Después de un rato de conversar, mi tata peló el instrumento. No le molestaba el ruido así que seguimos conversando. Mate va, mate viene, medio que nos olvidamos de que había alguien más en la habitación tocando piezas del acervo clásico del mundo.
Hacía una tarde ni muy fresca ni muy cálida y a esa hora venían pocos ruidos de la calle. Tuve la tentación de pensar que era un momento perfecto, algo que me ha sucedido pocas veces en la vida. Pero me abstuve.
En eso Triple Jota le pidió a mi tata:
—¿Por qué no se toca una chacarerita?
Mi tata lo miró un rato largo, no dijo nada, guardó la guitarra y, como dije, nunca más intentó tocarla. No me dijo nada, no era necesario.
Juan Manuel Aragón
A 5 de mayo del 2024, en Maquito. Caminando el día.
©Ramírez de Velasco
La guitarra es como una mujer. Hay que saber alabar sus sentimientos de lo que siempre decía Atahualpa " que era un madero que alguna vez fue árbol y rodeado de cantos y gorjeo de aves con alegrías "
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