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La Catedral |
“Las chicas se negarían a bailar con alguien vestido como un verdadero croto, ¡mirá vos!, justo la noche que tocaba la orquesta de Juan D´Arienzo”
Imaginaba cómo habrían sido varios siglos atrás aquellas calles de la ciudad. “Esto sería el medio del río”, calculaba, mientras paseaba por la costanera, cerca del camping de las casuarinas. O parado en la esquina de Urquiza y Mitre deducía que allí habría una toma de agua o alguien se lo habría dicho, en alguna parte lo había leído o algo. Del colegio de las hermanas Franciscanas decía que su padre se acordaba de haber jugado ahí de chico, en una quinta de naranjas que fuera de una familia de pro del viejo Santiago. “Más allá, en la Córdoba, empezaba a tallar el bosque, la Misiones era extramuros”, narraba. Y corríamos al diccionario a ver qué significaba “extramuros”, porque mucho no le entendíamos a veces.Fuera cierta o no la visión que tenía del Santiago de antaño, era divertido y aleccionador tomar un café y que contara las mil improbables anécdotas de la acequia de la Belgrano, el Tenemelo, el Puente Negro entre Santiago y La Banda, Cantarranas cuando era una casita aquí y otra allá lejos, en medio de las cortadas de ladrillos o “Los Cejas”, al que lo habían transformado en femenino —“Las Cejas” —una vez que llevaron el cementerio para ese lado, según rememoraba.Dijo que había trabajado en el viejo Archivo de la Provincia, del que había extraído la información para reconstruir, al menos en sus pensamientos, la ciudad que ya no era y en la que jugaba con su imaginación.
Contaba que los hombres andaban por la calle de traje, iban a trabajar, a la cancha, al baile, a todos lados de traje, fuera invierno o verano. Algunos, los más pudientes, tenían uno para todos los días y otro para los domingos, ir a misa, a los bailes. Otros se ponían uno lustroso por la vejez. Pero a ninguno se le hubiera ocurrido concurrir a un baile del Parque de Grandes Espectáculos o de la biblioteca Alberdi, sin saco y corbata, mucho menos de remera y zapatillas, faltaba más. Las madres lo mirarían mal y las chicas se negarían a bailar con alguien vestido como un verdadero croto, ¡mirá vos!, justo la noche que tocaba la orquesta de Juan D´Arienzo.
Esos detalles anacrónicos de una vida dedicada a honrar al pasado lo hacían suspirar, como si añorara aquellos tiempos.
Hacía siempre el mismo recorrido por el mercado Armonía, fingiendo que elegía dónde tomaría el vermú de media mañana, potrillo ochenta y veinte, porque siempre se detenía en un puesto del primer piso a cuya dueña conocía desde que era niña y su padre la llevaba a hacer el repulgue de las empanadas. Con sus zapatos negros puntudos y un traje gastado como los que comentaba que llevaban los hombres de antaño, el único toque de modernidad de su atuendo, lo daba el hecho de que algunos sábados, para ir al Trust Pastelero no se ponía corbata.
Trataba a todo el mundo de “usté” y se mosqueaba cuando alguien le decía “che, vos”. En esos casos, dándose por ofendido, terminaba la conversación: “Nadie le ha dado confianza para que me tutee”, avistaba. Y no volvía a dirigir la palabra al atrevido.
Hablaba arrastrando bien las “eses”, como los santiagueños de antes y usaba palabras pasadas de moda; de un muchacho que le gustaba la farra decía que “andaba tunantendo”, comía “una tumbita”, nunca un puchero, la gente no andaba a las corridas, como dicen ahora sino “a las disparadas”, para hacer la seña que indicaba que hablaría por teléfono a uno, movía en círculos la mano cerrada junto al oído.
Cuando no se lo vio durante un mes por los lugares que solía frecuentar, los amigos sospecharon que algo le tenía que haber sucedido. En la casa les informaron que de un estar nomás había caído muerto y que sus restos descansaban en Maco, en el monumento de unos parientes. Le pagaron una placa de bronce y, como él quería, con la inscripción: “Aquí yace José Santos Iñíguez, ya no recuerda”. Así lo había pedido.
Se la merecía.
Juan Manuel Aragón
A 11 de mayo del 2025, frente al templo de la Merced. Comprando mandarinas.
Ramírez de Velasco®
Conozco una triste historia . Me contó un amigo que en su pago , un día un fanfarrón iba a hachar leña al monte de corbata, en ocaciones en algunas reboleadas del acero se enganchaba en las ramas y pensaba que alguien lo espantaba. Hasta que un día no regresó del monte, fueron a buscarlo y lo encontraron sin vida, su flameante corbata se le había enganchado en un gajo de garabato y murió asfixiado.
ResponderEliminarAnoten: soy Pilpinto Santos y en el patio de mi casa colgao en el árbol tengo un bolso con un yerbero cargao, un mate y un pan por si me visiten y digo ésto pa que sepan de este gaucho que no es sirviente de nadie , pues usted se preparará sus mates mientras charlamos como buenos amigos.
Supongo que lo hicistes a propósito para ver si alguien lee tus notas, las "paralelas no se cortan nene", no existe la esquina de Urquiza y Mitre !!!
ResponderEliminarCantarrana, era " Cantrein" ( más fino ); y Pucho Salvatierra, era el Conde de Cantrein; Barón de Reims, ( Remes ).-
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