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HUMO Un día la calle dejó de esperarlos

Imagen de la inteligencia arificial

Internet mata distribución, voces y horarios; los diarios buscan sentido propio en un mundo que ya no gira alrededor de ellos

¿Qué debería suceder para que los diarios tradicionales, en papel, recuperasen la preponderancia, la preferencia y la exactitud informativa que solían ostentar? Es una pregunta que quizá ni los mismos propietarios se hacen ya, convencidos de haber perdido la apuesta y de que una vuelta atrás es imposible. Entre otras cosas, porque se cortó el sistema de venta y distribución y cerraron casi todos los quioscos.
¿Los usuarios dejaron de leer? Es relativo. Antes, el diario se leía, a lo sumo, en una o dos horas. Hoy, alrededor del mundo, hay millones de personas no solamente leyendo, sino también mirando y oyendo lo que entregan los abonados a las redes de internet, incluyendo los famosos reels, los canales de streaming, lo que idean los youtubers, este mismo blog y millones de sitios que intentan sobrevivir en medio de una fauna riquísima: repleta de mastodontes, sabandijas de toda clase, ratones de albañal y pequeños microbios que viven en una biosfera distinta a la que llamamos realidad. Esos son los modernos medios de comunicación.
“Aprendí a ser formal y cortés, cortándome el pelo una vez por mes, y si me aplazó la formalidad es que nunca me gustó la sociedad.”
No vale que usted diga que es la excepción, porque no los ve, no quiere saber nada con ellos, los ignora. Porque, al igual que los diarios tenían un ida y vuelta con la realidad, a la que modificaban con sus noticias, esta prensa, digámoslo así, de internet, también lleva sus efectos a la vida de todos los días: la cambia, la tuerce, la obliga a caminar por otros senderos, la hace otra, en una palabra.
“Viento del sur o lluvia de abril, quiero saber dónde debo ir, no quiero estar sin poder crecer, aprendiendo las lecciones para ser.”
Ahí tiene, por caso, la universidad, que se universalizó todavía más cuando los libros, su savia vital, dejaron de usarse en sus aulas. Ya ni fotocopias se hacen: los apuntes, los textos, los trabajos prácticos y hasta los exámenes se rinden por internet. Los padres, que en el pasado debían ocuparse de comprar pesados y carísimos libros para que sus hijos estudiasen, hoy saben que, con una notebook o un teléfono celular, es suficiente para que sean, si quieren, los mejores alumnos.
“Y tuve muchos maestros de que aprender, solo conocían su ciencia y el deber. Nadie se animó a decir una verdad, siempre el miedo fue tonto.”
Para que los diarios volvieran a ser el más importante medio de comunicación del mundo, habría que regresar a 1980, cuando internet andaba en pañales de tela. Deberían revivir las teletipos en redacciones apestosas por el acre olor a humo de cigarrillos, con las Olivetti y las Remington ametrallando el aire a toda velocidad. En el centro del salón, en un gran escritorio, habría un Jefe de Redacción, en medio de dos o más columnas de papeles apilados. En una orilla, un fotógrafo, cámara al pecho, conversaría con un periodista sobre la última carrera del hipódromo o de mujeres o de política mientras fuman Particulares 30. De vez en cuando, regresaría uno de la calle, trayendo noticias que debería escribir él mismo, apelando a una libretita de apuntes en la que apenas se entiende la propia letra. Y del salón de al lado vendría el ruido, como de locomotora, de las rotativas imprimiendo el suplemento del campo (con el título “Qué hacer con el rastrojo de la soja”, que salía los jueves, junto con el de la mujer, que titularía “Cuidados del cutis para la mujer moderna”).
Aprendizaje, de Sui Generis

Bueno, la respuesta a la pregunta que encabeza esta nota es la siguiente: nadie sabe. Si alguno se hubiera dado cuenta, en algún lugar del mundo, de cómo hacer para que revivan los diarios, los otros le habrían copiado al instante. Eso no sucedió y, al paso que vamos, no va a suceder.
“Y el tiempo traerá alguna mujer, una casa pobre, años de aprender, cómo compartir un tiempo de paz, nuestro hijo traerá todo lo demás.”
Los diarios de Buenos Aires parecen hoy un compendio de opiniones, veredictos, editoriales, recomendaciones y ensayos, sin el alma de todo periódico, que son las noticias duras. Todo en ellos es crítica, alabanza o término medio. Ni siquiera publican: “Productores de Chivilcoy reclaman por falta de apoyo estatal”, títulos que antes eran comunes, de todos los días. En diarios de provincias se anunciaban hasta las ferias de platos parroquiales, los jóvenes que se recibían de algo, los bautismos de hijos de vecinos. Ahora todos se creen The Washington Post y, al mismo tiempo, ninguno lo es. Un nuevo y cambiante mundo de la comunicación amaneció hace mucho y, al paso que va, lo más probable es que siga hallando otras maneras de avisar lo que sucede fuera de la burbuja en que se mueven todos. Un solo dato más y se cierra esta nota: ¿ha visto que ahora cualquier vecino sabe a qué hora va a cambiar el tiempo, de qué lado vendrá la tormenta, si será con viento o tranquila? Eso, que antes estaba reservado a los pocos que leían los diarios, hoy lo saben hasta los niños.
“Él tendrá nuevas respuestas para dar.”
En realidad, los diarios no murieron: se quedaron sin aire. Mientras se busca la forma de devolverles pulmones propios —no alquilados, no prestados por las redes— seguirán vivos, pero solo en la memoria de sus viejos lectores, como esas voces que se oyen en las casas cuando el mundo está en silencio.
Los fantasmas.
Juan Manuel Aragón
A 8 de diciembre del 2025, en Rincón Grande. Esperando el ónibo.
Ramírez de Velasco®



Comentarios

  1. Preguntar "¿Qué debería suceder para que los diarios tradicionales, en papel, recuperasen la preponderancia, la preferencia y la exactitud informativa que solían ostentar?", es como preguntar "¿Qué debería suceder para que los carros tirados por caballos, recuperasen la preponderancia, la preferencia que solían ostentar?, o "¿Qué debería suceder para que los teléfonos rotatorios, recuperasen la preponderancia, la preferencia que solían ostentar?
    La evolución y el progreso tecnológico determina que, desde la revolución industrial hasta nuestros días, haya cosas que por obsolescencia quedan en desuso.
    El caso de los periódicos es aún más crítico porque al problema tecnológico, que afectó la preponderancia y la preferencia, se sumó el problema del enfoque periodístico, que pasó de "transmitir información para dejar que la gente piense y forme su propia opinión", a "transmitir opinión formada para que la gente solo la asimile". Eso afectó el componente de "exactitud informativa".
    El reto es hoy para la población, que pasó a tener la responsabilidad de filtrar todo el bombardeo que recibe de todas esas fuentes plagadas de seudo-periodistas, separar la para del trigo, y formarse una opiniòn realista y veraz. Y evidentemente muchos lo hacen mal, especialmente quienes estàn en posiciones de toma se decisiones de gestiòn institucional y terminan muy frecuentemente "ejecutando, gestionando, legislando, y juzgando fuera del tarro". Màs diplomàtico no lo puedo poner.

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