El templo, la luna, la noche |
Los vecinos de la calle Avellaneda suelen oir suaves melodías algunas madrugadas de invierno
Algunas noches de invierno, cuando no pasa un alma por las calles de Santiago, suelen oírse suaves y misteriosas melodías, en el órgano del templo de San Francisco. No es cuento, hay gente que lo ha sentido. Los vecinos de la Avellaneda se despertaron curiosos y se volvieron a dormir, quizás creyendo que soñaban.
No sé usted, pero mucha gente cree que los espíritus de los muertos, de alguna manera se perpetúan en este mundo de los vivos. Quizás no tienen asuntos que comunicar, deudas que cobrar, advertencias que dejar, quejas para plantear. Pero siguen dando vueltas por aquí y por allá, como una maldición del Purgatorio, simplemente porque no hallan el camino para irse del todo.
Capaz que se quedan de puro bromistas, para asustar a las beatas de misa de siete, si es que la siguen oficiando, o porque se sienten solos en semejante terreno, el templo y todo el monasterio, habitado solo por el viento, la incuria y las ratas.
Como quien acercan alguien al templo, quienes administran semejante edificio, por ahí llevan una academia de tango, albergan las reuniones de gordos anónimos o dan clases de repostería. Los católicos hace mucho que desaparecieron de estas tierras y los pocos que quedan es difícil que se lleguen al lugar como antes. Ni curiosidad les da.
Quién le dice que los espíritus no andan enojados con la modernidad, que recortó las vocaciones sacerdotales al máximo. Oiga, ¿es cierto que la orden de los franciscanos pide castidad, pobreza y obediencia?, ¿quién va a querer entrar ahí en un mundo que a cada paso ofrece como lo mejor de la vida, la fornicación, el lujo y la rebeldía? Están locos esos franciscanos y usted disculpe si le ofende que se lo diga así.
Capaz que no es uno solo el que de noche se levanta de las losas del templo para disfrazarse de espanto, sino varios y salen a dar vueltas por la placita Lugones, espantar a las parejas que se esconden en los portales de la Roca, ser la fugaz visión de un desvelado que pasa en auto o en el primer 121 de la mañana.
Cuando salgo tempranito en la bicicleta, antes de que amanezca, suelo pasar por San Francisco, a veces me detengo un momento en el semáforo de la esquina y recuerdo a los curas que han sido en esa iglesia. Como soy algo supersticioso ni siquiera me persigno, me fijo que del otro lado no venga nadie y le meto nomás, aunque tenga el rojo de frente. Sé que no existen, pero por las dudas pego una pedaleada de aquellas y freno recién en la Rivadavia.
Una cosa es estar aquí, tranquila y chotamente, en casa, tecleando historias y otra distinta andar por las calles de Santiago, de noche, molestando espíritus, para peor de curas franciscanos, un pan de Dios casi todos, gente buena y piadosa.
Si quiere creer, crea, si no, cualquier madrugada de estas, cerca de las 5 de la mañana, lléguese por San Francisco y preste oídos muy atentamente. Va a ver que tengo razón.
©Juan Manuel Aragón
Quién le dice que los espíritus no andan enojados con la modernidad, que recortó las vocaciones sacerdotales al máximo. Oiga, ¿es cierto que la orden de los franciscanos pide castidad, pobreza y obediencia?, ¿quién va a querer entrar ahí en un mundo que a cada paso ofrece como lo mejor de la vida, la fornicación, el lujo y la rebeldía? Están locos esos franciscanos y usted disculpe si le ofende que se lo diga así.
Capaz que no es uno solo el que de noche se levanta de las losas del templo para disfrazarse de espanto, sino varios y salen a dar vueltas por la placita Lugones, espantar a las parejas que se esconden en los portales de la Roca, ser la fugaz visión de un desvelado que pasa en auto o en el primer 121 de la mañana.
Cuando salgo tempranito en la bicicleta, antes de que amanezca, suelo pasar por San Francisco, a veces me detengo un momento en el semáforo de la esquina y recuerdo a los curas que han sido en esa iglesia. Como soy algo supersticioso ni siquiera me persigno, me fijo que del otro lado no venga nadie y le meto nomás, aunque tenga el rojo de frente. Sé que no existen, pero por las dudas pego una pedaleada de aquellas y freno recién en la Rivadavia.
Una cosa es estar aquí, tranquila y chotamente, en casa, tecleando historias y otra distinta andar por las calles de Santiago, de noche, molestando espíritus, para peor de curas franciscanos, un pan de Dios casi todos, gente buena y piadosa.
Si quiere creer, crea, si no, cualquier madrugada de estas, cerca de las 5 de la mañana, lléguese por San Francisco y preste oídos muy atentamente. Va a ver que tengo razón.
©Juan Manuel Aragón
Muy interesante lo que cuentas del órgano de la Iglesia San Francisco, y aunque sea producto de los dimes y diretes, es parte de las historias y del paisaje urbano de nuestra ciudad.
ResponderEliminarMe da cosita estas historias , pero es verdad, me han contado varias de personas conocidas .un beso grande
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